Lo que conocía de antes y lo que voy viendo desde su designación, primero como candidato y después como lehendakari, sobre Imanol Pradales me da pie para decir que es una persona con firmes convicciones y no muy dado a perder el tiempo en trámites para la galería. En eso, por cierto, se parece a su antecesor, que jamás desperdició un minuto en lo que ahora llamamos postureo y, cuando usábamos mejor el lenguaje, impostura. Así que de la ronda de contactos que inició ayer el jefe del Gobierno Vasco espero algo más que unas declaraciones de aliño de esas que se llevan preparadas de casa en lugar de formularlas tras la conversación correspondiente. Pero me da que pincho en hueso. Ayer mismo, antes de la primera de las reuniones, el que acudía como invitado de estreno, a la sazón, el único representante de Sumar (aunque es de Izquierda Unida), Jon Hernández, se permitió soltar una retahíla de vaciedades preventivas, entre las que se convirtió en titular que su formación “no ve cambios sustanciales” en las propuestas del actual y el anterior lehendakari.

Ahí es donde procede contar hasta diez, hasta cien y luego, hasta un millón, antes de sacar el dispensador de vitriolo. Cómo decirle, cómo contarle a Jon Hernández, único morador de la plataforma yolandista en la cámara de Gasteiz, que su escaño no se debe a su carisma infinito, sino a la misma anomalía jamás resuelta de nuestro sistema electoral que hace que un puñado de votos alaveses sirvan para certificar el acta, mientras en los otros dos territorios el listón está notablemente más alto. Así que menos lobos, parlamentario Hernández. Usted es literalmente una septuagésima quinta parte del Parlamento y, reitero, solo por mor de una legislación que les da asiento por pura misericordia. Que, siendo así, pretenda arrogarse la voz de “la ciudadanía vasca” es un mal chiste. Si fuera más humilde y supiera contar, comprendería que el actual gobierno le saca más de 400.000 votos.