Me dejó descolocado Arnaldo Otegi cuando, en una entrevista radiofónica, afeó que los medios de comunicación utilicen “adjetivos tendenciosos”. El ejemplo que puso, sin embargo, no incluía calificativos, sino un verbo que, a su entender tiene una carga y una connotación determinada. En concreto, se quejó de titulares como “Otegi advierte”, y apostilló que él no advierte de nada, que da su opinión. Como remate, el eterno líder de EH Bildu se puso moralista y sentenció que “estas cosas, que se hacen de manera muy habitual, deberían ser corregidas para el bien de todo el mundo”. Lecciones de deontología parda aparte, parece increíble que a estas alturas haya que explicar que el periodismo es un ejercicio de interpretación de los hechos (ojo, no confundir con manipulación) para proporcionar a lectores, oyentes o espectadores un contexto. Y eso se puede hacer con la simple elección de una palabra u otra. Así, si Otegi dice que no firmará tal pacto si no se cumplen ciertas condiciones, el plumilla de turno dirá que Otegi advierte (o avisa) de tal circunstancia y no estará faltando a la verdad ni retorciendo la realidad. Es más, si hacemos un doble tirabuzón, al redactar la noticia sobre estas mismas declaraciones, bien podríamos elegir el mismo verbo y encabezarla diciendo que Otegi advierte a la prensa sobre ciertas prácticas que le parecen poco éticas. De nuevo, sería un enunciado irreprochable.

Por lo demás, a buenas horas vamos a descubrir que todos los medios –incluidos los que son referencia para el dirigente de la coalición soberanista– tenemos una línea editorial y presentamos los hechos de acuerdo con una visión específica. Obviamente, el límite es la mentira, la ocultación deliberada de datos o su invención. Un mismo acontecimiento (pongamos el pase de España a la final de la Eurocopa) no se cuenta igual en ABC, Gara o los diarios de Grupo Noticias. Mientras no se incurra en falsedades, eso es perfectamente legítimo.