Hay cosas que no cambian o que, incluso, empeoran. Debimos haber conocido la estructura y los nombres de las personas que conforman el nuevo Gobierno Vasco en la sobremesa de ayer tras la jura solemne de Imanol Pradales como octavo lehendakari. Bastante antes de esa hora, ya desde el día anterior, la parte socialista del Ejecutivo había filtrado a su grupo mediático de cabecera quiénes serían sus representantes y con qué cargos. Hasta ahí, medio mal, pero es que también regalaron algunos chau-chaus que no eran de su incumbencia, como el número de carteras y su distribución o, peor, la distribución de varias materias de calado. Seguramente, al común de los mortales le importa una higa saber esto o lo otro a las doce del día anterior o cuando toca, pero la incontinencia no deja de estar fea en general, amén de ser, en particular, el primer signo de deslealtad respecto al socio mayoritario que, para mi propia jodienda, no soltó prenda. Desahogos al margen, me seco la última lágrima por la leche derramada y proclamo que, en el primer bote, me gusta mucho, más que la arquitectura, la composición personal del nuevo Ejecutivo de Pradales. ¿Por la trayectoria y perfil profesional de su miembros? También por eso, que no es novedad respecto al gabinete saliente, compuesto por personas de un currículum tan brillante como el de quienes nos dieron a conocer ayer. Lo que me complace es la apuesta mayoritaria por gente que, pudiendo tener vidas más cómodas y mejor remuneradas, han dado un paso al frente para servir a su país. No tengo espacio para citar a todos, pero subrayo la gallardía rayana en la temeridad de quien siempre será mi jefe, Bingen Zupiria, asumiendo el avispero de Seguridad. También aplaudo la elección del Pepito Grillo irredento Juan Ignacio Pérez Iglesias para un Departamento a su medida. Y, en el lado socialista, la opción de Mikel Torres me parece un gran acierto. Hay esperanza.
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