A lo largo de la historia, las palabras han sido fieles compañeras de la humanidad. Nos han ayudado a desplegar pensamientos, emociones y experiencias. Solo los humanos creamos palabras. Pero éstas no son solo lenguaje, son también un juego y un placer. El placer de las palabras, ese deleite que deriva de su uso y manipulación, habita en la literatura. Desde los versos de Homero hasta las obras de Shakespeare, y más allá, los escritores han encontrado en las palabras su fortuna. La capacidad de las palabras para evocar imágenes, sensaciones y pensamientos es lo que ha hecho de la literatura una rica herramienta.
La idea de que todos somos poetas en algún momento de nuestras vidas es una verdad que ha encontrado eco en muchas culturas. En la antigua Grecia, la poesía era parte integral de la vida cotidiana, recitada en simposios y festividades. En Japón, el haiku se convirtió en una forma popular de capturar momentos efímeros con una precisión lírica. A lo largo de los siglos, la poesía ha sido el vehículo de la introspección, la protesta, el amor y la espiritualidad, abarcando una gama tan vasta de experiencias humanas que pocas otras formas de arte pueden igualar.
Y hay personas que destacan jugando con las palabras. Quizá porque, escribiendo, se expanden. De vez en cuando, alguien nos sorprende con su primer libro. Si conectamos con él, pensamos que ha nacido un escritor. Es el caso del primer poemario de la gasteiztarra Ania Otaola: Perder la tierra. Una obra compacta, clara y bien escrita. Escrita con simplicidad, pero con una profundidad que conmueve. Y envuelta en una unidad difícil de lograr en un poemario. Los poemas están acompañados de una textura visual: una serie de dibujos sencillos pero evocadores.
Perder la tierra es una exploración de la identidad, la pérdida y la pertenencia, temas universales que hilan las páginas del poemario. La simplicidad de su escritura no resta complejidad a su contenido; al contrario, lo enriquece, permitiendo que cada palabra tenga un peso significativo y cada silencio entre líneas invite a la reflexión. Menos es más. Porque lo que parece simple es el resultado de destilar, decantar, pasar las palabras por un tamiz, eligiendo solo las más precisas.
Los dibujos que acompañan a los poemas no son un mero adorno. Estos dibujos expanden las palabras de Otaola. Son una extensión visual de sus versos, ofreciendo al lector unos bonus extra. Esta integración de texto e imagen dota a Perder la tierra de un aroma especial.
Perder la tierra es una muestra clara de cómo capturar lo efímero y lo eterno en la simplicidad de las palabras y las imágenes. La selección de éstas y la precisión en su uso nos indican que Ania ha encontrado “su tierra” en la escritura. Perder la tierra marca, por lo tanto, el prometedor inicio de una carrera literaria que seguramente continuará sorprendiéndonos, pues la escritora es una voz joven pero madura, con mucho que decir.