Después de siete temporadas, un total de 126 capítulos y más de cien horas de amor y curación, The Good Doctor se va para siempre de las pantallas. El joven cirujano Shaun Murphy, genial pero frágil, ha dejado huella en los telespectadores por su epopeya de inclusión de la diversidad humana, visibilizando a personas obesas, LGBTI, de religiones varias, culturas, razas y de muchas otras identidades. Se trataba de normalizar singularidades dispersas con coraje y delicadeza y bien que lo consigue este aniñado doctor, de espectro autista y síndrome de sabio, similar al personaje que Dustin Hoffman encarnó en Rain man en 1988, hasta entonces el autista más popular. Quizás la serie se ha ido deslizando hacia la ingenuidad, por un buenismo que choca con la realidad de un mundo feroz, conservador y excluyente. Este candor militante es la otra orilla de la lucha y la utopía que proponen el arte y los libros, pues a golpes y leyes cambian las cosas. Freddie Highmore no podrá liberarse de la figura de Shaun, del mismo modo que a Karra Elejalde, según ha confesado, le pesa terriblemente su cómico papel de Koldo en Ocho apellidos vascos. Ahora, el gasteiztarra se purifica con el drama de Segunda muerte, en Movistar+. El oficio de médico es, junto a detectives, policías y abogados, el más representado en la televisión por su cercanía a la fragilidad de la vida y el combate contra la muerte. Al final, han pasado los años y Shaun Murphy tiene dos hijos y su mentor, amigo fiel y padre efectivo, el doctor Glassman, ha muerto, lo que sugiere que The Good Doctor no renacerá. En los últimos capítulos nuestra Lorena Bernal protagoniza un breve relato, todo un honor. Y así, entre dramas y urgencias de hospital, Murphy vuela a reposar en el memorial de las historias formidables.
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