Mientras, a nivel internacional, se contiene el aliento sobre lo que sucederá en Rafah, el Ejército israelí concentra sus fuerzas preparándose para el asalto final, en la ONU se dirime el futuro político de Palestina. La situación no puede ser más incongruente porque una parte de los territorios que deberían constituir la base de un hipotético Estado palestino son escombros y desolación, prácticamente, como si un tornado hubiera arrasado con todo, pero no han sido las causas naturales las responsables, sino la obcecación humana. La única capaz de llegar a esta clase de sinrazón y nihilismo. Tanto Hamás como Israel han cambiado por completo la inercia de un conflicto que arranca desde 1948 y que, de seguir así, podría solucionarse bien con la aceptación de un Estado palestino o la destrucción de todo un pueblo. Es como si el destino de los palestinos se jugara tirando una moneda al aire, sabiendo encima que, si sale cruz, los horrores que ha provocado la intervención israelí serían todavía mucho más devastadores. Rebobino.

Palestina, ¿un país sin esperanza?

El pasado 10 de mayo, la Asamblea General de la ONU aprobaba una moción (apoyada por más de 70 países, de 143 presentes) para que Palestina pudiera ser miembro de pleno derecho de la asamblea. Este nuevo status no implica la creación automática de un Estado palestino, pero sí le permite al embajador palestino actuar en nombre de su pueblo, sin necesidad de un tercer país que hable en su nombre o que presente propuestas y enmiendas (si bien, no tiene derecho a voto). Todavía, a nivel jurídico, es un Estado observador (algo que ya le fue reconocido en 2012). Le falta para alcanzar ese reconocimiento oficial la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, pero será imposible que lo logre sin el permiso de los EEUU, debido a su derecho a veto. Para el embajador de Israel, Gilad Erdan, esta decisión del máximo organismo internacional es tanto como permitir “sentar a los nuevos nazis” en la ONU, a lo que añadió airado: “¡Churchill estará retorciéndose en su tumba!”. Sin embargo, los palestinos no son nazis, no sé cómo Erdan ha podido decir algo así. Es humillante para las víctimas del Holocausto, más aún, le sirve de cortina de humo a Israel para proceder de una manera aterradora en Gaza. Si los de Hamás son nazis, habiendo acabado de forma atroz con 1.200 judíos, ¿qué son los israelíes que han segado la vida de 35.000 palestinos, 14.000 de ellos niños, en una lista negra que todavía no ha concluido?

El cerco de hierro sobre Gaza prosigue en la misma magnitud e intensidad de hace unas semanas y meses. Y ya entonces la situación de los gazatíes era inhumana. Mal Hamás por utilizar a la población civil para sus propios fines, casi a modo de escudos humanos; mal los israelíes porque le siguen el juego a Hamás de una manera tan criminal como bárbara, aunque encarnan a un Estado de derecho. Así mismo, los intentos de negociar un alto el fuego, a cambio de liberar a los más de cien rehenes todavía en manos del grupo terrorista y una tregua temporal, han sido vanos. Nadie cede. Hamás sólo está dispuesto a entregarlos si Israel se compromete a la retirada de sus fuerzas de la Franja y el fin de las operaciones militares. Pero eso significa para Netanyahu haber dejado a la mitad su labor. Su obsesión es aniquilar a Hamás hasta la raíz, cueste lo que cueste, aunque se está demostrando que es una hidra, y quien está padeciendo esa obstinada persecución son los indefensos gazatíes. A los padecimientos diarios de una población cuyas condiciones de vida merman a cada hora que pasa ante la falta o escasa ayuda humanitaria que les llega (sus condiciones de vida son atroces, inimaginables, a decir verdad, en este cerco de hierro), está la incertidumbre de la nueva operación israelí que se cierne sobre Rafah.

En el área se concentran cerca de un millón de personas, aunque miles están desplazándose a otras zonas pretendidamente más seguras. De entrar las tropas israelíes para acabar con los 15.000 aguerridos milicianos que se estima cuenta Hamás, guarnecidos en una densa red de túneles y búnkeres, la masacre de inocentes está asegurada. El Ejército israelí no ha seguido hasta la fecha las normas de enfrentamiento. Los tardíos y tímidos intentos de presión de la Administración Biden para que entren en razón los israelíes no han servido de mucho. Han congelado el envío de proyectiles de alto potencial explosivo, pero eso no parece que vaya a detener a Israel. El odio irracional está llegando a un punto en el que a un grupo de israelíes, espoleados por toda esa suerte de retorcidas y falsas acusaciones contra la ONG de colaborar con Hamás, sólo se le ha ocurrido intentar quemar las oficinas de la UNRWA, en Jerusalén, con trabajadores dentro. Por fortuna, no hubo ningún afectado.

Sin embargo, la otra cara de ese prejuicio también está germinando en otros lugares contra Israel, como los silbidos y abucheos que recibió en el Festival de Eurovisión celebrado el pasado sábado y toda esa ola de protesta estudiantil que ha surgido en las universidades estadounidenses y europeas. Hemos pasado de solidarizarnos y comprometernos con los israelíes, y repudiar de forma clara el atroz ataque de Hamás, a no entender cómo es posible que Israel haya sacado a relucir tal grado de fría y criminal iniquidad. Se confunde la crítica a su política destruciva en Gaza con antisemitismo, y no es así; se identifica a los palestinos como nazis, como si en vez de haber aprendido sobre la naturaleza perversa de las persecuciones, los hebreos se vengaran ahora de ellas contra inocentes. Ahora son los palestinos los perseguidos, los odiados y deshumanizados; las víctimas de una caza macabra e implacable, como lo fueron los judíos europeos. La feroz máscara del odio impide a la mayoría de los israelíes ver y comprender la realidad, su ceguera les obnubila sin entender su cruel comportamiento. Y conduce a considerar que la única forma de salvar lo poco que va a quedar del pueblo palestino tras la batalla es erigir un Estado independiente, o ver cómo es furiosamente aniquilado.

Doctor en Historia Contemporánea