Me debato entre descuajeringarme de la risa o llorar mil océanos al leer, en el análisis de un reputado clarividente intérprete de la realidad política del país, que EH Bildu va “a rescatar el preacuerdo de Loiola para atraer al PSE al debate del nuevo estatus”. Mis arrugas, mis canas y mis analíticas médicas en manifiesto e irreversible declive se pusieron en pausa al recordar aquellos días de 2006 en los que el santuario de los jesuitas acogió la más lisérgica de las negociaciones que hayamos conocido en el terruño, desde el abrazo de Bergara, o si quieren ponerse bravos, el pacto de Santoña. Mi compañero del gremio Imanol Murua recogió en un volumen imprescindible aquel proceso que, si no fuera porque tenía sus raíces en una inmensa tragedia, habría resultado un guion de comedia que dejara en aprendices a Berlanga, Álex de la Iglesia o Borja Cobeaga.
Tiene bemoles que, casi dos decenios después y en un contexto, afortunadamente, muy diferente al de aquellos años en que, tregua arriba o abajo, ETA seguía manchando el asfalto de sangre, se proponga como base para un futuro acuerdo un texto que se fue por el desagüe por el estrepitoso desmarque de la izquierda abertzale, a instancias de ETA. Aunque el ultramonte mediático vendió la falsa especie de que en aquella mesa los socialistas habían dado vía libre a la elaboración de un nuevo estatuto para los tres territorios de la CAV y para Navarra, lo cierto es que tal circunstancia jamás se dio. El asunto se quedó en propuesta de los representantes de la ilegalizada Batasuna a la que el PSE no quiso ni entrar y de la que el PNV receló porque tenía el sello inequívoco de la banda.
Así que, de cara al nuevo estatus, propongo buscar referencias más actuales. Por ejemplo, el acuerdo entre el PNV y el PSOE de noviembre pasado, que contempla “el reconocimiento nacional de Euskadi”. Así de claro.