La crisis en que se debate UPN no tiene por causa exclusiva la pérdida de poder e influencia política; ni tampoco ha surgido como consecuencia exclusiva de los errores –más que evidentes– de Javier Esparza y compañía. Por el contrario, es la consecuencia de una profunda crisis ideológica de la propia marca, a lo que se une el profundo cambio social y político operado en Navarra en los últimos decenios.

Ha de tenerse en cuenta que UPN fue la cuarta fuerza política en las últimas elecciones generales de Navarra. Es posible que no se pueda presentar a las próximas elecciones europeas, como tal partido, porque no tendrá con quien coaligarse, salvo que se deje pisar por la bota del PP. La pregunta es, por tanto, bastante cruda: ¿Sirve ya UPN para la confrontación política de Navarra? Más aún; hay que preguntar con claridad diáfana si a las ciudadanas y ciudadanos de Egüés, Barañáin y Lizarra no les sería mucho más conveniente para tener presupuestos y gobiernos que gobiernen y coincidir con las mayorías progresistas de dichos municipios seguir el ejemplo de la moción de censura de Pamplona-Iruña.

Aunque no cabe olvidar que el balance de la larga época en que UPN gobernó o condicionó los gobiernos de Navarra es negativo y desastroso, la causa de su crisis actual es aún más profunda. Efectivamente, UPN ha dado apoyo constante a la memoria del golpismo franquista de las fosas comunes, que son símbolo y prueba de opresión genocida, y de la falta de voluntad democrática de paz simbolizada en la igualdad de todas las víctimas y a la consiguiente defensa constante de las posturas más retrógradas en derechos civiles y sociales. Ahí quedan, como secuelas, los déficits democráticos del Amejoramiento, los retrocesos del convenio y derechos históricos, los 2.000 millones de los arrogantes y corruptos peajes en la sombra, los peajes de los trozos de autopista, las privatizaciones y degradaciones de los servicios públicos…

Y es que la marca de UPN contiene en el quicio de su esencia una contradicción insalvable: ¡No se puede defender Navarra desde el centralismo españolista!

Ha llovido más que mucho –ya lo creo– desde que allí a finales de 1978 firmamos el Acta de Afirmación Foral, pidiendo el voto No para la Constitución un grupo político tan heterogéneo que allí estábamos, entre otros, Jesús Aizpún, Carlos Garaikoetxea, Javier Yaben y yo mismo. ¿Qué era lo que nos unía en aquel manifiesto y qué cambió luego? Lo que nos unía era el derecho democrático a decidir de las navarras y navarros, reivindicación básica del navarrismo democrático de los euskaros del siglo XIX y principios del XX. Lo que cambió luego fue la subyugación de UPN, sobre todo después del desembarco de la UCD hacia el pseudo-navarrismo españolista urdido por Raimundo García (a) Garcilaso, congéneres del Somatén y demás organizaciones policiales que constituyeron la base criminal del franquismo.

La monserga foral y española, mezcla de agua y aceite, pretende ocultar que el único enemigo de la personalidad política de Navarra, que le ha usurpado sus derechos históricos, es el centralismo español; Gipuzkoa, Bizkaia y Araba siempre han sido aliadas, tal como proclaman las coplas de Monteagudo desde la Gamazada.

Así pues, la configuración del navarrismo falseado contiene una contradicción intrínseca, que ha originado en UPN rupturas y escisiones inherentes y constantes. Una mera relación, aunque no sea exhaustiva, resulta muy esclarecedora: defenestración de Albito Viguria y colegas. Partido Regionalista Foral de Medrano. Aizpún relegado a minoría. Salida de Juan Cruz Alli y el CDN. Partido de la Derecha Navarra de Nieves Ciprés. Expulsión de Santiago Cervera y cía. El Barcinazo y sus exclusiones. Sayas y Adanero, de tránsfugas a aliados… Es decir, cada 4 o 5 años tiene que haber una escisión en UPN, por cuanto su propia configuración es contradictoria; basta recordar su incapacidad con respecto a transferencias, por ejemplo la de tráfico, prisiones y tantas otras usurpada violentamente por el centralismo, en algunos casos franquista.

Pero la crisis actual es diferente; tiene la connotación de la permanencia en el destierro del poder. Un refrán de nuestra lengua propia dice que etxe huts, liskar huts, es decir que en la casa empobrecida no hay más que riñas. Esta crisis al haberse profundizado afecta a la propia marca y desde la voluntad de la defensa de la personalidad y los derechos históricos de Navarra, si es que aún queda algo de tal voluntad, deberían meditar acerca de cuál es el poder que ha usurpado, incluso con violencia, las competencias de Navarra, y si por lo tanto es coherente la monserga de foral y española. Deberían también pensar que una de las señas de identidad permanentes y emblemáticas de este pueblo y de esta tierra, y una de las aportaciones a la cultura, a la ciencia y a la convivencia europea es el euskara. Y quizá también, si quieren mantener la mención de pueblo, deberían analizar que la expresión y manifestación de cualquier pueblo es el de la capacidad de decisión. ¿Qué saldría de una encuesta realizada entre los jóvenes de Navarra en la que se plantease la cuestión de la primacía o no de la navarridad que en muchos siglos de nuestra historia equivalió a vasco parlante? ¿No os habéis preguntado nunca por qué el ultra nacionalismo españolista, incluido el invento navarrero de Garcilaso y compañía son también de ultraderecha?

De nada. Ez horregatik.

Abogado