Hace ya bastantes lustros que la mayoría de los medios dejamos de publicar o emitir las llamadas inocentadas tal día como hoy. Reconozco que al principio yo no me lo tomé muy bien. De hecho, tengo escrita en estas mismas páginas una columna en la que me quejaba –¡allá por el año 2010!– de los cortavacilones que, en nombre de la sacrosanta credibilidad del periodismo, presentaron batalla y la ganaron a la para mí inocua tradición. No veía qué había de malo en difundir cándidas barbaridades como que el club de nuestros amores había fichado a Maradona después de descubrir sus orígenes vascos, que los cajeros automáticos de los tres territorios dispensaban el doble del dinero solicitado sin consignarlo en la cuenta o que Euskadi tendría representación en Eurovisión. ¿Quién podría creerse algo así? Pues, dado que fui el artífice de dos de las tres falsas noticias que acabo de enunciar, debo reconocer que la respuesta es que colaron para muchísimas más personas de las que yo habría imaginado. De propina, tengo para no olvidar el inmenso cabreo que algunas se agarraron cuando descubrimos el pastel. “¡Con esas cosas no se juega!”, vociferaban en el buzón del oyente de la emisora en que lanzamos al aire lo que creíamos un inofensivo divertimento que, como mucho, solo haría dudar durante medio segundo a quien estuviera al otro lado.
Pasado el tiempo, no sé si porque cada vez soy más viejo vinagre o, simplemente, porque no me siento capaz de desperdiciar energías defendiendo causas perdidas, me he pasado con armas y bagajes al bando de los contrarios a manchar sus cabeceras con la propagación de informaciones estrafalarias. Total, para qué, si durante los otros 364 días del año damos salida en nuestras ediciones digitales o de papel a una hueva ingente de piezas que, siendo verdaderas, superan a la más extravagante de las inocentadas.