La inmediata consecuencia de los asesinatos, secuestros y violaciones cometidas, no a sangre fría sino con pasión, por elementos de Hamás el pasado 7 de octubre ha sido la desaparición en la sociedad israelí de la inocencia, el autoengaño y las inhibiciones morales. La angustia se cierne sobre Israel y no hay sentimiento más individualísimo que la angustia, así que la inmediata respuesta hebrea con clamor popular tomó forma de una venganza de proporciones bíblicas.

La guerra es inhumana, pero le permite a uno hacer lo que no puede hacer en la paz; poder resolver problemas que no se podían resolver con la paz, entre ellos el más importante: la seguridad nacional. ¿Acabará esta guerra con el terrorismo de Hamás? Ni Netanyahu lo cree, pero por de pronto ha conseguido que Israel se exprese con una sola voz para gritar: ¡No concederemos nada!

Tras diez semanas de bombardeo inmisericorde de Gaza e incursiones de la Fuerza de Defensa de Israel en Cisjordania, donde no se ven ojos sin lágrimas, el asombro se apodera de la gente en todas partes y hasta los partidarios del estado de Israel asumimos que los gazatíes ya han sufrido más que de sobra. Espantosa negrura. Y puesto que no hay maldad sin malhechores, ni paz sin decencia, algún día Netanyahu y sus socios deberán responder por los delitos contra la humanidad cometidos en Gaza, de la misma manera que deberán ser castigados los dirigentes y comandos de Hamás y sus socios internacionales hutíes, Hezbollah, e Irán, esa fascinante combinación de fanatismo religioso y prudencia estratégica. Por lo tanto, tolerancia cero, sin excepciones.

La noción de que el conflicto entre Israel y Hamás podría terminar en un futuro mediato se da de bruces con la nueva realidad desvelada en los últimos tiempos: la constatación de que la hegemonía estratégica tanto israelí como occidental en el Oriente Próximo estaba puesta en duda; la apreciación de que la misma legitimidad del Estado judío se estaba erosionando; la evidencia de que una sociedad israelí profundamente transformada ahora está dividida y polarizada y que sus cimientos liberales-democráticos se están desmoronando; y el descubrimiento de que los sucesivos gobiernos de Israel no pueden lidiar retos como la ocupación de Cisjordania y la desintegración social.

Y Netanyahu mordió el anzuelo

Todos estos elementos, leídos con detalle por Hamás, condujeron a una guerra alentada por Irán y preparada minuciosamente con envoltorio de ataque terrorista a escala de mediana operación terrestre y con cobertura aérea de misiles. Y Netanyahu, quizás informado con cierto detalle, encontró en ese ataque premeditado la solución a todos los problemas internos de Israel.

La Historia se destruye al tiempo que se hace. El 12 de julio de 2006 tuvo lugar la segunda guerra del Líbano, duró 33 días y 165 soldados y civiles israelíes murieron. También cayeron en combate unos 1.300 libaneses pertenecientes a la milicia chiíta Hezbollah, que disponía de apenas 8.000 elementos y estaba respaldada por Irán. Por primera vez, Israel no pudo derrotar a su enemigo. Y aquello trajo consecuencias en ese estado guarnición que es Israel, gracias al cual los judíos recuperaron su hombría perdida en el Holocausto, percibida por muchos como consecuencia de una pasividad suicida, algo que nunca más debería volver a ocurrir.

“Amargo es conocer nuestra soledad y saber que el mundo es nuestro enemigo”, dijo al respecto Yitzhak Tabenkin (1888-1971), miembro de la Knesset (Parlamento), pionero de los kibutz y opositor del estatismo sionista y de las fronteras impuestas en Oriente Medio por las potencias occidentales. Pero araba en tierra baldía.

Israel es el crisol más extraordinario del siglo XX, el Estado judío es un milagro indispensable hecho por el hombre, pero el milagro se basaba en la negación, en borrar a Palestina de la faz de la tierra. Pretendían salvar vidas de un pueblo mediante el desposeimiento de otro, negar el Desastre palestino. La posterior ocupación de zonas de Cisjordania hace que el mundo perciba a Israel como una entidad colonialista en un siglo XXI donde no hay cabida para una entidad colonialista. Las fuerzas que respaldaron la llegada de los judíos a Palestina se están debilitando y Occidente, que está en un creciente declive económico y político, gradualmente le vuelve la espalda a Israel al mismo tiempo que los judíos de la Diáspora sufren un evidente declive demográfico. Mientras tanto, crecen el fanatismo religioso judío y musulmán, que se retroalimentan, y la ocupación y el fundamentalismo minan el apoyo entre quienes somos amigos de Israel.

Si Israel no se retira de Gaza y Cisjordania, estará política y moralmente condenada, pero si se retira podría enfrentarse a un régimen inspirado y respaldado por Irán que pondría en peligro la seguridad de Israel. Y en Europa el extremismo de derechas sigue esperando terminar el trabajo interrumpido de Hitler ¿Que les parece una exageración? Permanezcan atentos a los incidentes antisemitas incrementados en un 300% en Austria, Alemania y Reino Unido desde el ataque de Hamás el 7 de octubre, y observen el auge de la extrema derecha en Hungría, Polonia, Finlandia y Francia.

No comparto la posición sobre Israel de las izquierdas europeas instaladas en una reacción premoral, como sintiéndose afortunadas por haber estado siempre en el lado bueno, apenas dedicando unos segundos y ninguna convocatoria, concentración o manifestación en favor de la situación de los ciudadanos israelíes bombardeados, de los niños judíos asesinados, de las mujeres hebreas violadas, de los habitantes de los kibutz degollados.

En el fondo se trata de una abyecta cobardía política que se presenta a sí misma como un ejercicio de valiente disidencia progresista envuelta en antiimperialismo yanqui. Para esa izquierda, Israel es un Estado criminal que lleva a cabo limpiezas étnicas en los territorios ocupados, un Estado de apartheid que segrega a los palestinos, árabes israelíes, drusos o minorías judías como los yemeníes o los falashas etíopes.

Para quienes defendemos la necesaria existencia del estado de Israel desde posiciones democráticas lo concebimos como el único estado viable en Palestina hoy por hoy, pues un estado propiamente palestino es improbable por dos motivos evidentes. El primero es que Israel carece en este momento de una fuerza política con la voluntad necesaria para dirigir la dolorosa y arriesgada retirada de los territorios ocupados. El segundo, porque Israel no cuenta con un socio para la paz; Hamás, en cuyos estatutos fundacionales se proclama la destrucción del Estado de Israel, no lo es, así que mientras Hamás exista tal cual, la paz anhelada será una macabra farsa.

Un estado binacional

Quienes desde la izquierda vocean en favor de un pueblo “desde el río (Jordán) hasta el mar (Mediterráneo)” –algo que rechaza la Autoridad Nacional Palestina–, en realidad están apoyando el accionar de Hamás, única fuerza que niega el derecho a existir de Israel. Tal vez la solución para las próximas décadas sea un Estado binacional en Palestina que reconozca una ley judía de retorno y un derecho palestino al retorno, como proponía Ari Shavit (Mi tierra prometida, ed. Debate 2014). Pero Israel es una sociedad con miedo y el miedo siempre ha sido el argumento más fuerte de la derecha. Los seculares, no religiosos, son los que trabajan, producen y pagan impuestos. Una vez sean superados en número por los ultraortodoxos y árabes israelíes –el 52% de los niños ya están inscritos en yeshivás (escuelas judías) y en madrasas árabes–, Israel será una nación retrógrada, incapaz de estar a la altura de los retos del tercer milenio.

Escribo sobre los hechos tal y como se presentan sin hablar de las posibles consecuencias. Me he comprometido con ustedes a ser sincero, pero no imparcial pues soy consciente de que lo que se recibe se recibe en la manera del recipiente y el mío tiene la forma de ánfora judía decorada con una menorá (el candelabro de siete brazos).

Cuando acabe la presente guerra entre Israel y Hamás, a no mucho tardar, será inevitable la catarsis, el procesamiento y la depuración de la piedad y el terror. Esta guerra que Hamás comenzó en el Yom Kippur, el día de la expiación y el perdón, el más sagrado para los judíos, que trajo esta vorágine vertiginosa, no tiene otro arreglo que la humanidad práctica que nos enseñaba Goethe: “Que el hombre sea noble, caritativo y bueno, puesto que sólo esto lo distingue de los otros seres”. ¿De verdad?