Me debato entre aplaudir al estadista valiente Pedro Sánchez o sonreír cínicamente ante el rostro que le echa un tipo que no tiene otros principios que los que le dictan sus guruses comunicativos. Oigan, que aunque no sea muy popular ponerlo negro sobre blanco, estamos hablando del tipo que –ahí no miente la derechona desorejada– prometió llevar a Puigdemont engrillado ante Llarena antes de que sus estados carenciales lo impelieran a mercadear con el susodicho los siete votos que le han procurado una prórroga sin penaltis durmiendo en La Moncloa. O sea, que vamos a limitar las albricias después de que el presidente español recién revalidado le haya puesto las peras al cuarto al sátrapa Netanyahu, recordándole una obviedad: que Israel está cometiendo una atrocidad indecible contra los palestinos.

Que sí, que alguien tenía que decírselo y hacerlo, además, a la cara, aunque fuera, como maliciosamente recordó Ione Belarra, después de estrecharle la mano con una sonrisa. Y, efectivamente, es muy buena señal el cabreo que se ha agarrado el aludido, y hasta puede considerarse motivo de orgullo que el gigantesco aparato hebreo de propaganda esté señalando a Sánchez como amigo de los terroristas de Hamás. También da gustito ver a la patriotera prensa del ultramonte hiperventilando y llamando traidor a Occidente a su archiodiado secretario general del PSOE. Menos presentable es, a la recíproca, que los mentados terroristas estén lanzando hurras públicas en las que el inquilino de La Moncloa es retratado como el héroe del momento en la escena internacional.

Así las cosas, optaré por conceder el beneficio de la duda y aguardar el próximo movimiento del cantador de verdades del barquero. Si el siguiente al que le suelta cuatro frescas es Mohamed VI, prometo mandarle a la tuna para que le cante unas mañanitas. Pero me temo no habrá lugar.