Estamos (están) en plenas negociaciones políticas a varias bandas cara a la más que probable investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno del Reino de España. Esta situación de curiosidad contenida me da pie a realizar negro sobre blanco una serie de reflexiones personales. Opinables ellas, claro. Y reiteradas también. Y con un cierto hastío que cabalga desde más de 40 años.
Soy de los que opina que el desarrollo del Estatuto de Autonomía de Gernika fue cercenado por una calculada estrategia de regresión autonómica inspirada en el llamado espíritu de la Loapa. La actuación de los gobiernos de PP y PSOE se encaminó a homogeneizar el proceso autonómico. El “café para todos” intentó vaciar de contenido las potencialidades del Estatuto, rompió con la concepción de pacto bilateral entre Euskadi y el Estado, y además no consideró la distinción que el propio marco jurídico realizaba entre nacionalidades y regiones soslayando así las especificidades del Estatuto.
En democracia todas las ideas políticas y opciones de futuro, nuevos marcos de relación con el Estado, incluidos ámbitos de decisión, se deben poder defender o cuestionar con normalidad, con respeto intelectual, sin linchamientos mediáticos, con la palabra, con razones y ante las urnas. Es decir persuadiendo al discrepante. Y cara al futuro, ¿por qué no ensayar por parte de las fuerzas de ámbito estatal otra pose política, por qué no habilitar por parte de los gobiernos centrales españoles otra actitud en la interlocución con los representantes vascos y catalanes, que fuera capaz de forzar acuerdos duraderos y estables y basados en algo tan elemental y democrático como es el respetar las voluntades mayoritarias democráticamente adoptadas en y por la sociedad vasca y catalana? ¿Qué lo impide? Se trata sencillamente de reconocer el derecho de Euskadi y Catalunya a decidir su futuro, ser sujeto de su presente y del devenir. La democracia no es simplemente un conjunto de instituciones y mecanismos, sino también una ética, una cultura política, un modo honesto de comportamiento coherente consigo misma, ¿dentro de qué ámbito de decisión habrá que considerarse la democracia para entenderla verdaderamente como tal? O dicho con otras palabras, ¿la suerte y el futuro de Euskadi y Catalunya se decide en un plebiscito de ámbito vasco y catalán, o por el contrario uno de alcance netamente español determina inexorablemente la suerte de Euskadi y Catalunya por encima de sus propias e íntimas voluntades? Como demócrata vasco, como nacionalista vasco, como aber-tzale, sin ira y tutela alguna, reclamo serenamente capacidad para decidir y configurar nuestro futuro político. El que sea, el que decidamos democráticamente nosotros, ciudadanía de Euskadi.
Soy de los que piensan que el Pueblo Vasco sí existe, que Euskadi y Euskal Herria es presente, y que se debe de respetar su voluntad democrática y legítima para decidir lo que quiere ser, donde estar, cómo y con quién. Hablo de un principio intachable y moderno cual es el de la libre adhesión. Libre adhesión sí. La libre adhesión no rompe nada, salvo ánimos periclitados y políticamente casposos de los fans del Cid Campeador, de los Reyes Católicos y de Don Pelayo, por no ahondar, ni especificar más en negras y oscuras circunstancias políticas históricas fruto directo de golpistas mucho más cercanas, sangrantes y desgraciadas pero felizmente superadas. La libre adhesión por lo tanto no va en contra de nadie, salvo de los que se creen naturales detentadores del curso de la historia. No es antiguo, ni etnicista, ni busca destinos milenarios. No busca más fronteras, sino difuminarlas. Busca garantizar instrumentos de autogobierno para jugar en tableros cada vez más interdependientes. Es moderno y homologable democráticamente, pues su fundamento reside en la voluntad cívica de vascos y vascas.
La libre adhesión se inspira en el modelo comunitario, mantiene los principios europeos, es respetuoso y se fundamenta en la libre adhesión, en el respeto a las identidades, culturas, lenguas e instituciones y crea una ciudadanía europea que convive con las ciudadanías de sus miembros. Y actualiza los Derechos Históricos Vascos, contemplados tanto en el Estatuto como en la propia Constitución. Es más, lo contrario de la libre adhesión es la obligada adhesión. Democracia y obligada adhesión son como el agua y el aceite. La obligada adhesión y la democracia no casan demasiado.
Hoy toca poner el intelecto y lo neuronal al servicio del acuerdo y de la política. Hora de confiar en la voluntad y capacidad de llegar acuerdos entre los gobiernos de Euskadi y de España, entre el Parlamento Vasco y las Cortes, entre partidos de ámbito vasco y estatal. Hora de la razón y de la persuasión. No de viejas recetas, ni de choque de trenes. Tiempo de buscar apeaderos comunes porque la unilateral imposición política del fuerte nos aboca una vez más al bloqueo entre legitimidades y soberanías. Cabeza muy fría, tranquila serenidad, responsabilidad, visión de futuro, respeto mutuo y mucha suerte. Que falta hará. No sería mal precio a pagar si realmente nuevos acontecimientos, unas nuevas fotos políticas, unas nuevas maneras de entender las soberanías y una nueva manera de entender e interpretar las llamadas fronteras y la plural diversidad nos descubrieran un nuevo paisaje político de real y efectivo reconocimiento nacional de Euskadi por parte del Estado español, un reconocimiento más halagüeño, adecuado, negociado, pactado y prometedor. Nunca en contra de nadie ni de nada. Siempre a favor. Ojalá.
*Nota: Humildemente, y con todos los respetos, traslado estas reflexiones personales de un vasco nacionalista, de un aber-tzale, a las dos otras naciones que componen actualmente España, léase, Catalunya y en la medida que le toque, Galicia. Suerte a todas y todos. Porque repito hará falta. ¡Ah! Y el PP, y Alberto Núñez Feijóo, celebrando en Gernika el aniversario del Estatuto de Autonomía la semana pasada. Me callo por decoro. l