Falta todavía mucho tiempo, casi 15 meses, para que los 256 millones de americanos con derecho a voto expresen su preferencia por un candidato presidencial, pero todo parece indicar que las elecciones de noviembre del próximo año se decidirán menos en la intimidad de los hogares y en los debates entre candidatos, que ante los tribunales.

Para quienes vivimos en Washington, como la mayoría de los corresponsales extranjeros, resulta muy difícil calibrar el apoyo que puedan tener el ex presidente Trump y el actual presidente Biden, quienes por ahora parecen los candidatos más probables: esta es una ciudad en que el 95% de sus residentes vota en favor del Partido Demócrata, tanto porque es la sede del funcionariado, de tendencias progresistas como de casi todos los medios informativos, que favorecen tanto al Partido Demócrata que simplemente se niegan a dar informaciones que podrían perjudicarlo.

Que Washington sea un centro políticamente monocolor no significa, necesariamente, que el resto del país tenga otras tendencias. Han habido momentos de gran apoyo nacional por candidatos demócratas, ocasiones en que la capital norteamericana funcionaba al diapasón del resto del país.

No es esto lo que ocurre ahora, pero es difícil prever hasta dónde va el apoyo por el presidente Trump y el rechazo por la senilidad de Joe Biden. Cada uno por su lado tienen problemas que los alejan del electorado, aunque son de naturaleza muy diferente: en el caso de Biden, la corrupción parece casi tan evidente como su desgaste físico y mental, mientras que Trump parece tan robusto de cuerpo y mente como incapaz de controlar sus impulsos.

Favorito para liderar a los republicanos

Las encuestas que se van divulgando ponen a Trump muy por delante de sus posibles rivales republicanos y lo sitúan a niveles semejantes, o incluso mejores, que los de Biden. Pero la personalidad conflictiva del último presidente estadounidense, así como la avalancha de pupas legales que le obligarán a destinar tiempo y recursos a defenderse –además del riesgo de acabar en la cárcel–, no permiten en modo alguna predecir su victoria.

Los supuestos expertos en cuestiones electorales nos aseguran que el actual y disminuido presidente Biden no podría resistir la embestida de ningún rival…excepto del ex presidente Trump y por esto su partido de afana, por una parte, en mantenerlo como el candidato republicano más probable, al tiempo que lo desprestigian con un alud de denuncias.

En favor de Trump está que semejante persecución le gana un apoyo mayor entre sus seguidores –el 70% de los republicanos está convencido aún de que ganó la elecciones en 2020 y hubo fraude electoral– y los demócratas podrían acabar lamentando un error de cálculo: incluso si consiguieran condenarlo (algo lento y difícil), la Constitución no cierra el acceso de los candidatos a sus puesto por una condena y Trump, de ganar las elecciones, podría perdonarse a sí mismo, incluso en la improbable hipótesis de que lo hiciera desde la cárcel.

Con la excepción de una gran cadena conservadora y algunas pequeñas televisiones del mismo color, todos los medios informativos capitalinos se oponen a Trump y en sus programas anuncian que aplicarán cualquier estrategia para impedir que repita mandato presidencial. Nuestros lectores no necesitan mucha imaginación para proyectar la reacción que semejantes declaraciones provocan entre los seguidores de Trump.

Que a los demócratas les puede salir el tiro por la culata lo demostraron las elecciones de 2016, ganadas por Trump contra todo pronóstico. De momento, aprietan el acelerador electoral con múltiples casos penales, lo que llevará inevitablemente a que las elecciones se decidan con jurados y jueces como mar de fondo.

El hijo de Biden, en el punto de mira

Los últimos problemas legales de Biden hacen pareja, o incluso podrían ser peores, que los del expresidente millonario: Trump puede alegar que él está convencido de que ganó las elecciones en 2020 y está en su derecho de creerlo, equivocado o no.

Pero el actual ocupante de la Casa Blanca tiene cada vez menos defensa a la hora de justificar los teje manejes de su hijo, con su propio apoyo personal. Gracias al nombre Biden, el único hijo del presidente, un hombre que tan solo se destacó por el consumo de drogas y programas de rehabilitación, amasó millones vendiendo influencias con papá en la Casa Blanca. Parece que los millones se repartieron equitativamente dentro de la familia. Y hay quienes sospechan que el presidente oculta fondos en cuentas extranjeras.

Uno de los socios de Biden-hijo declaró bajo juramento cómo se vendían estas influencias y otro tanto hicieron dos funcionarios de Hacienda. Que fuera de Washington esto no se divulgue tiene poca importancia: dentro de Estados Unidos las noticias sí que circulan, de uno y de otro color.

Esto no ocurre en la capital norteamericana, pero hay más votos fuera que dentro de la ciudad. El presidente Reagan, al ganar la reelección en todos los estados meno la capital Washi y Minnesota (el estado de su rival Walter Mondale), decía que los residentes de Washington “left so left that they left the country” (se fueron tan a la izquierda que dejaron el país).