Hay muchos nervios. Demasiada desconfianza. Como si nadie creyera su destino. El PP, por el mal de altura. El PSOE, por su precipitada condena. Vox, por el desafecto de Feijóo. Sumar, porque nada ha salido como se preveía. Sin más trackings ya que la cocina de cada partido, resulta osado atreverse a cuestionar la creencia generalizada de que Alberto Núñez Feijóo será el candidato más votado el próximo domingo. Ni tampoco que la izquierda se conjurará hasta la extenuación y el último segundo para acribillar sin piedad la credibilidad del presidente del PP en un desesperado intento de romper el maleficio que se le augura, excepción hecha del depauperado Tezanos, pasto de las chanzas y el descrédito. Por si acaso, nadie quiere pillarse los dedos antes de tiempo aunque cada cual tenga interiorizada su suerte.
Aún queda tiempo para emociones sonadas, inexactitudes varias –otro sinónimo ocurrente de mentiras–, el minuto y resultado del voto por correo y, desde luego, infinitos golpes bajos por doquier. Abascal afirma que se asiste a la voladura de centrales nucleares en España y la falsedad pasa de largo. El líder de los populares no dice la verdad sobre la revalorización de las pensiones y parece que la culpa es de un teletipo equivocado. Todo un presidente del Senado se inventa unas descalificaciones de Ursula Von der Leyen contra Feijóo y queda reducido a un simple meme. Semejante esperpento, nada alentador para un futuro inmediato, tampoco debería escandalizarnos a estas alturas del sainete. Sencillamente son las tempestades de los vientos sembrados durante una legislatura.
Como ya hiciera Esperanza Aguirre provocando en sus tiempos de implacable emperadora el despido de Germán Yanke, a modo de enfurecido despecho tras encajar una incómoda entrevista en Telemadrid, no parece que la también periodista Silvia Intxaurrondo tenga segura la continuidad en TVE después de cuestionar con acierto a Feijóo, negando que el PP ha revalorizado siempre las pensiones. Sencillamente, el candidato gallego se sigue enredando demasiado con los temas que no domina hasta exasperar a los suyos. El fundado riesgo de este tipo de patinazos resulta elocuente. En el debate televisivo le valió esa artimaña y alguna más. Sánchez ni reaccionó. Para entonces ya había doblado una rodilla y seguía desorientado y nervioso. Ahora bien, los socialistas no olvidan la infamia, aunque tampoco se atreven a desempolvar aquel exitoso eslogan electoral tras el 11-M de que “los españoles no se merecen un presidente que miente”, que cavó entonces las fundadas expectativas de Rajoy. Saben que así se lo pondrían demasiado fácil al PP. En cuestiones de mentir, mejor guardarse la ropa, piensan en Ferraz y La Moncloa para no salir trasquilados en un eventual zafarrancho después de la amarga experiencia acumulada durante los últimos cinco años dentro y fuera del Congreso.
Feijóo se hará presente con su ausencia en el debate a tres de hoy. Le retumbarán los oídos. Sin embargo, en Génova, imbuidos por un estado de euforia controlada, nadie se ha puesto nervioso por las posibles consecuencias adversas de tal significativa vacante. Muchos menos después de los réditos inimaginables del cara a cara victorioso ante Sánchez, que tanto ha herido al orgullo de éste y, de paso, al ánimo de toda la izquierda. En el PP, todas sus expectativas se reducen ahora a evitar nuevos tropiezos de su líder y así apuntalar definitivamente esa cifra soñada en torno a los 160 (?) diputados que creen factible con el arrastre del voto útil en las horas previas a ir a votar. Por eso, Abascal rabia cuando se imagina ese resultado porque diluiría sus exigencias. Niega que sea posible. Sabe que le condenaría a un simple invitado de piedra en la configuración de una mayoría sostenible de la derecha. Quizá para socavar ese clima tan optimista de sus hermanos de sangre, el presidente de Vox advierte de que en la calle detecta adhesiones que luego no se plasman en las encuestas ni siquiera en las informaciones de esos medios conservadores que le siguen negando el pan y la sal y a quienes tiene entre ceja y ceja.