Bastaría con que se recuperase el sentido del ridículo para que la política y la televisión fueran mejores. Los populismos se parecen a la telebasura en la vulgaridad, el griterío, la agresividad y la negación del otro. Por eso, por populistas y embusteros, el debate electoral entre Sánchez y Feijóo se transformó en lo peor de la tele, un reality. No lo digo yo, lo dice Mercedes Milá, reina de las letrinas. “Hablaron uno encima del otro, al más puro estilo Sálvame”. En el momento en que el barullo era más grande y la crispación grosera alcanzaba su esplendor en el plató, nos recordó, cerrando los ojos, a un cara a cara entre Matamoros y Belén Esteban, una pelea de trileros de barraca, “esa España inferior que ora y embiste cuando se digna usar la cabeza”. Nadie ganó el debate planteado como un ser o no ser entre dos rivales, las dos Españas y las dos perdieron los papeles. El que ganó fue Atresmedia, que puso el ring y el espectáculo hasta que ambos púgiles acabaron noqueados mutuamente en el combate menos visto de la serie histórica. Los debates a dos bandas son un fraude, pues aquí no celebramos comicios presidenciales al modo de Francia, Reino Unido o Estados Unidos. Están sobrevalorados e interesan, en el peor sentido, a los grupos digitales en su aspiración de patrocinar una democracia de charlatanes. Hubo 40 anuncios en total y Antena 3, tan del PP, y La Sexta, tan de izquierdas, hicieron valer su nimiedad. El del jueves en TVE, con siete opciones, se aproximó al Estado real y, aunque más respetuoso, no fue para tanto. Antes y después de las urnas se opina por doquier, están los parlamentos, la prensa y la televisión. Podríamos ahorrarnos la campaña. Lo de Sánchez y Feijóo fue un falso dilema entre miedo al futuro y miedo al pasado. ¿Cara a cara? No, mucha cara.