Se acerca el final del curso… ¡Por fin! Comienza el horario reducido en las ikastolas para aligerar el peso del año en las espalditas de nuestras txikis. Comienza el encaje de bolillos que constata que en este país la conciliación es una broma. Y comienzan a llenarse nuestras agendas con las exhibiciones de fin de curso. Exhibición de multideporte, de circo, de dantzas, obra de teatro en la ikas. Como pareja volcada en el esfuerzo de nuestras criaturas, allá que vamos a todo lo que hay que ir para no perdernos detalle. Sentadas entre el público, se oye un poco de todo. “Mira que ha estado ensayando la frase y se le olvida en el último momento”. “Ay, no ha conseguido dar el salto y se le ha escapado la pelota, qué pena”. “Maitia, que te estás confundiendo de lado al dar el giro de la zinta dantza”. “Pero ¿cómo no vas a salir ahora, después de lo que nos ha costado ponerte el traje y salir de casa? Ya está esta con sus vergüenzas…”. Y cosas por el estilo. También se oyen muchos “ooooooh” y “bieeeen” para compensar tanta exigencia. Yo miro a todas esas personitas hacer lo que quiera que estén haciendo en ese momento y me parece un auténtico ejercicio de valentía. Vamos, que no conozco a muchas adultas que sean capaces de hacer de tripas corazón, superar su vergüenza, o siquiera disfrutar del encanto del escenario. No conozco a muchas adultas que sepan identificar el momento en el que no quieren hacer algo. Ni a muchas que hagan lo que quieren hacer. No conozco a muchas que puedan decidir. Porque el mundo adulto te resta oportunidades. O nos las restamos nosotras, no lo sé. Una de mis hijas adora la farándula, como yo. La otra tiene un acusado sentido del ridículo, como su aita. Intentaremos que a la primera no le corten las alas artísticas con la edad. Y que la segunda sepa que siempre se puede decidir, incluso a coger el miedo en brazos y seguir adelante.