Imagino que para estas horas ya estará todo el pescado vendido y el personal interesado ya tendrá claro quiénes van a mandar y dónde. Imagino, también, que tal y como se desarrollaron las cosas el 28-M esta vez no se les ocurrirá a todos los que rivalizaron en las elecciones decir que han salido contentos, como suele ser costumbre. No obstante, como resultado de acuerdos y componendas no podrán evitarse los parabienes y las V de victoria aunque ni han ganado del todo los que ganaron ni han perdido del todo los que perdieron.

Como contraste a las celebraciones de unos y a las lamentaciones de otros, sería muy conveniente para todos ellos fijar la atención en que quienes en realidad han ganado las elecciones han sido los que no votaron. No se ha dado un solo caso entre los partidos que resultaron ganadores tanto en las autonómicas navarras como en las forales de la CAV, ni en ninguno de los ayuntamientos de las cuatro capitales, ninguno de ellos, insisto, reunió más votos que los absentistas. Es preocupante que la abstención sea, paradójicamente, la opción más votada.

En realidad, no es difícil concretar cuál es la diferencia entre eso que denominan abstención técnica y la que figura en los resultados oficiales definitivos tras una jornada electoral. Y en este caso puede constatarse que en la CAV se quedaron en casa y decidieron no votar casi 100.000 electores más que en las anteriores municipales y más de 20.000 en las autonómicas de Nafarroa. Los partidos, tanto a los que les fue bien como a los que les fue mal, deberían preguntarse a qué se ha debido esta ausencia masiva en las urnas en una jornada en la que no cabe achacar el absentismo a la meteorología.

Mucho se habla de la desafección por la política, el desencanto progresivo de la ciudadanía hacia la política y los políticos, posiblemente una de las razones por las que tanto porcentaje del censo no se toma la molestia de acudir a votar. Opción respetable, por supuesto, pero una preocupante adversidad para la democracia. Ni de lejos se percibe en nuestra sociedad preocupación algunas por vincular el bienestar y el equilibrio social a la existencia de las instituciones de las que se dotó como fruto de la democracia, a pesar de la diversidad, o incluso gracias a ella.

La ciudadanía, por el contrario, tiene la impresión de que aquí en la disputa política se va a machete y que la diversidad es igual a embestida. Mucha gente ha llegado a la conclusión –simplista pero contundente– de que “todos son iguales” cuando comprueba que los representantes de los partidos no debaten ideas ni programas, si es que los tienen, y se limitan al insulto, a la sobreactuación, al “y tú más”, al “quítate tú para ponerme yo”, en fin a todos esos tópicos que, por desgracia, suelen convertirse en realidad.

Mucha gente está harta de que nada cambie, de percibir que la política sea una profesión en la que ganarse la vida, de comprobar cómo los que perdieron solo dedican sus esfuerzos a atacar a los que ganaron, del juego sucio en las redes y en los medios, de desconfiar en los propósitos de enmienda y de que siga sin respuesta eso de qué hay de lo mío, qué hay de lo nuestro. Y no votan. Y se abstienen. Y ganan. Porque son la mayoría aunque no pinten nada.