Estuvimos en el Baluarte de Iruñea gente de culturas distintas que nos reconocimos iguales y partícipes del mismo empuje y la misma idea, apasionados del conocimiento expresado en todas las lenguas. Se trataba del Naukas Pamplona: las dos culturas, recordando eso que hemos mamado desde siempre de que por un lado las letras y por otro las ciencias. Como si la ciencia fuera inhumana, además. O como si la historia no pudiera contarse de forma objetiva y racional. Como si la gente de humanidades no sabría sumar y la de ciencias no apreciaría la belleza de nada que no estuviera puesto en fórmulas matemáticas.
Afortunadamente el mundo no tiene la culpa de los planes de estudios ni de la necedad humana, que fueron separándonos sin permiso a las gentes de las dos culturas.
Así que tuvimos a una joven ingeniera y pianista que investiga de qué forma los ordenadores podrán reconocer y utilizar los sentimientos; un bioquímico que busca los ladrillos de la vida en el cosmos y compone poemas que acompaña de composiciones para flauta con su compañera música. Yo mismo me atreví una vez más a contar la historia del universo de la mano de antiguos poemas, de cercanas canciones como el Izarren hautsa de Xabier Lete y la música maravillosa que Edurne y Ekhi pusieron al arpa, al piano, a la flauta. Un físico conviviendo con bailarines; un editor enamorado de una mujer que al cerrar los ojos ve el hielo antártico; el Cajal fotógrafo y dibujante; las mujeres que la historia de la ciencia ha olvidado reconocer su labor. Hasta la mano de Irulegi nos saludó contando historias de cómo el patrimonio se recupera gracias a las tecnologías científicas, o cómo el sentimiento, la imaginación, la memoria son los ingredientes que el filósofo reconoce fundamentales en la ciencia. Y hubo más, espero que siga habiendo más ocasiones para poder contarlo.