Para el ciudadano de a pie las subvenciones pueden parecer un anhelado premio codiciado por las asociaciones y gestores culturales con el que financiar sus actividades y eventos. Pero, ¡ay de aquellos que osen aventurarse en el laberinto burocrático en busca de que les toque esa lotería! Pues obtener una subvención se ha vuelto más complejo que descifrar una obra de arte contemporáneo o entender el final de una película de Christopher Nolan.

Recientemente, una gestora de una asociación cultural en Vitoria-Gasteiz compartía su frustración en la prensa sobre la maraña de trámites y papeleos que debe enfrentar para conseguir una modesta subvención. Pero eso no es todo. En un foro de Facebook, otra persona expresaba ese mismo día su desesperación al descubrir que no existe una “ventanilla única” para solicitar y justificar las subvenciones. Los solicitantes deben redactar, por estos lares, la solicitud de ayuda de tres maneras distintas y justificarlas también de tres maneras distintas. Parece que la tirada que conforman nuestras instituciones locales (el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, la Diputación Foral de Álava y el Gobierno Vasco) tienen una pasión desenfrenada por la variedad y la diversidad, incluso cuando se trata de atormentar a los solicitantes con más y más requisitos.

Estos tres valientes entes son los responsables de repartir las codiciadas subvenciones. Pero, la cuantía de las subvenciones no ha subido como el IPC en estos últimos años. Resulta también que cada vez más entidades solicitan estas subvenciones, y como consecuencia, el pastel se divide entre más personas, dejando a cada una con una porción más pequeña que una muestra de perfume en una revista.

Podríamos pensar que sería más sensato aumentar el presupuesto para las subvenciones culturales. Pero no, eso sería pedir demasiado. La cultura, ese ser enigmático y caprichoso, parece haberse ganado el título de “la eterna relegada” en la lista de prioridades. Mientras otros sectores reciben generosos incentivos y fondos, las actividades culturales siguen luchando en la sombra, peleando por cada céntimo.

Todo esto dificulta enormemente que las entidades culturales soliciten subvenciones. El proceso se ha convertido en un laberinto, donde los solicitantes se enfrentan a pruebas y tribulaciones que harían temblar a Teseo y su hilo mágico. ¿Acaso debemos esperar que los gestores culturales demuestren habilidades acrobáticas para merecer financiación?

La situación es digna de una comedia de enredos, con los gestores culturales luchando contra molinos de viento burocráticos y enfrentándose a una legión de requisitos, algunos, leoninos. Quizás sea hora de que reflexionemos sobre la importancia de la cultura en nuestras vidas y otorguemos el valor y los recursos que realmente merece. Hasta entonces, seguiremos siendo testigos de esta épica travesía que los valientes gestores culturales emprenden en busca de la tan escurridiza subvención.