No ha habido ninguna sorpresa en el resultado de las elecciones turcas, que han confirmado la continuidad de Recep Tayyip Erdogan en la presidencia de la República y, asimismo, una mayoría parlamentaria presidencial que auguran la continuidad de la situación política en Turquía. Una situación que se prolonga durante más de dos décadas desde 2002, cuando Erdogan, al frente de una nueva formación política creada por él mismo –AKP (Partido de la justicia y el Desarrollo)–, accede a la jefatura del ejecutivo turco tras su victoria en las elecciones de 2002. Desde ese momento la escena política turca ha estado dominada por completo por Erdogan y el AKP y, a la vista del resultado de estas elecciones, lo más previsible es que el mandato presidencial de Erdogan se prolongue durante un periodo de tiempo que, en el momento actual y a la vista del mapa político turco, no parece que vaya a verse interrumpido, al menos a corto plazo.

No podemos ser indiferentes a lo que ocurra en Turquía ya que es un país que a pesar de no formar parte de la UE (aunque a este respecto no cabe ignorar la voluntad turca, reiteradamente expresada, de aproximación, e incluso integración) no nos es ajeno a los europeos, tanto históricamente como en el momento presente. Siguiendo un dicho turco, puede afirmarse que lo que sucede en Turquía no se queda solo en Turquía, lo que no es difícil de corroborar a la vista de la incidencia que las decisiones adoptadas por las autoridades turcas tienen en la política europea; ahora mismo, por ejemplo, en relación con la situación en Ucrania y, en general, en relación con el espacio geopolítico del área euro-oriental. No cabe desconocer que Turquía aspira a jugar un papel, que en cierta forma ya está jugando, de potencia regional autónoma en el confín oriental de Europa; y aunque en el contexto actual hay que relativizar la autonomía efectiva que pueda tener Turquía, como cualquier otro país de sus características, también es cierto que dispone de un margen de maniobra que no hay que desdeñar.

Estas elecciones, presidenciales y parlamentarias, tienen lugar tras más de dos décadas (2002) de sucesivos Gobiernos bajo la dirección del actual presidente, R.T. Erdogan, respaldados por las, asimismo, sucesivas mayorías parlamentarias obtenidas por el Partido de la Justicia y el Desarrollo –AKP, nacido en la década de los noventa–, que, a su vez, cuenta con la colaboración en la Gran Asamblea Nacional de formaciones políticas afines en mayor o menor grado según las circunstancias. Se trata, sin duda, del periodo más duradero de continuidad política de la República turca, que contrasta con la accidentada vida política de los periodos anteriores, marcados por la inestabilidad y, muy especialmente, por la intervención permanente del Ejército en la esfera política para restablecer el orden que los políticos no eran capaces de mantener. Baste reseñar, a este respecto, los cinco golpes de Estado que se han sucedido en las seis ultimas décadas en Turquía: en 1960, 1971, 1980, 1997 y 2016, este último frustrado (a diferencia de todos los anteriores) bajo el mandato de R.T. Erdogan.

En este contexto, marcado por la inestabilidad y el riesgo permanente de intervención militar, no es de extrañar que la continuidad política del periodo Erdogan haya sido un factor que una buena parte del electorado turco ha tenido muy en cuenta a la hora de emitir su voto. A lo que hay que añadir la debilidad política de una oposición heterogénea que no ha sido capaz de ofrecer una alternativa coherente de cambio efectivo a la continuidad que Erdogan y las sucesivas mayorías parlamentarias del AKP y afines han venido garantizando a los turcos durante las dos ultimas décadas. Es esta debilidad política de la oposición, que no desaparece por el hecho de presentar una heterogénea y escasamente cohesionada candidatura conjunta en las elecciones presidenciales, el dato más relevante para explicar la prolongación del mandato de R.T. Erdogan, que por el momento no parece que vaya a verse amenazado.

Continuidad en Turquía

Es preciso llamar la atención sobre la configuración que presenta la oposición turca porque en ello residen las claves para comprender los resultados de estas elecciones, que más que ganarlas Erdogan y el AKP, las ha perdido la oposición. En este sentido, no cabe ignorar la heterogeneidad que ésta presenta en su composición, en la que junto al Partido Republicano Popular –CHP, según sus siglas en turco– partido histórico fundado por el propio Atatürk que, en principio, representa el legado laico de la República (aunque sobre ello habría mucho que hablar), coexisten una serie de partidos menores producto de escisiones de otros partidos en algunos casos o, en otros, de reciente creación que en lo único que coinciden es en su oposición, por motivos diversos, a Erdogan; pero con planteamientos políticos que divergen entre sí y en los que es difícil encontrar un nexo común que aglutine a los integrantes (seis formaciones políticas) de la coalición opositora. En estas condiciones, y a falta de un programa de gobierno común para afrontar los principales problemas que tiene planteados hoy Turquía, no puede extrañar que su opción haya consistido en plantear las elecciones como un plebiscito para echar a Erdogan.

No deja de ser llamativo que ante cuestiones que hoy son claves en Turquía –la intensidad de la corriente migratoria procedente de Siria y la cuestión kurda, entre otras– la coalición opositora no haya definido una posición común. A este respecto, resulta chocante que ante el grave problema de la inmigración, en especial la siria, las posiciones que se mantienen en la coalición opositora sean más radicales antimigratorias que las que mantiene el Gobierno de Erdogan, que consciente de la complejidad del problema tiene planteamientos mas moderados. Y por lo que se refiere a la cuestión kurda, no deja de sorprender que las posiciones propias del radicalismo nacionalista turco y, por tanto, contrarias a cualquier aproximación a quienes cuestionan la unidad nacional turca, coexistan con el apoyo a la coalición opositora, aunque sea de forma indirecta, por parte de las formaciones políticas kurdas –Partido Democrático de los Pueblos, HDP– si bien hay que puntualizar que este apoyo se limita a las elecciones presidenciales y no se da en las elecciones a la Gran Asamblea Nacional, donde también de forma indirecta presenta sus propias candidaturas.

La prolongación del mandato presidencial de Erdogan durante un nuevo quinquenio, arropado por una cómoda mayoría en la Gran Asamblea Nacional, extiende el periodo iniciado con su elección al frente del ejecutivo (2002) hasta sobrepasar, cuando finalice su mandato (2028), un cuarto de siglo al frente de Turquía. Un periodo de tiempo muy significativo, sobre todo por contraste con la inestabilidad política de los periodos anteriores, que supera ampliamente al de todos sus predecesores, precisamente cuando se cumple este año el centenario de la fundación de la República turca (1923). No suele ser nada habitual que un mismo dirigente político prolongue su mandato al frente de su país durante un periodo de tiempo tan dilatado, renovando continuadamente el respaldo del electorado en las sucesivas elecciones. Al margen de otras consideraciones que puedan hacerse sobre la política desarrollada, no cabe duda de que se trata de un rasgo distintivo del sistema político turco que singulariza la experiencia turca en relación con otros países.

Hay, de todas formas, un riesgo en situaciones como las que se dan cuando no hay renovación en la cúpula dirigente, sobre todo si en ésta se produce una concentración de poder en una persona que marca la orientación a seguir y acapara la capacidad de decisión, como ocurre en esta ocasión. La falta de renovación, tanto institucional como personal en los equipos dirigentes, siempre constituye un lastre que acaba afectando de forma negativa al normal funcionamiento del sistema político, incluso cuando se acumulan sucesivas victorias electorales. Mas aun, hay victorias electorales que, por paradójico que parezca, pueden conducir a derrotas políticas posteriores al afianzar en los vencedores la creencia de que no es necesario proceder a renovación alguna ya que son precisamente esas victorias en las urnas la mejor prueba de la corrección de las políticas seguidas hasta el momento.

Si bien las elecciones en Turquía han certificado de nuevo la continuidad política en este país bajo la dirección de R.T. Erdogan, ello no despeja las incógnitas que este dilatado, y no renovado, liderazgo personal presenta; en especial por lo que se refiere al riesgo de una posible involución institucional, de la que no faltan indicios que ya se vienen haciendo notar.

Profesor