Hay un buen puñado de cosas que se preguntan en el barómetro del CIS, que pasan casi desapercibidas del debate público porque todo el mundo está más interesado en la presunta manipulación del Gobierno sobre sus propios respaldos electorales y de culpar a Tezanos de ello. Entre las que se incluían en la encuesta de mayo estaba el grado de preocupación de la ciudadanía sobre la sequía. Ya les anticipo que es muy elevado, como es lógico por la reducción de las lluvias en los últimos años, que es algo que todo el mundo puede percibir. Pero lo que resulta sociológicamente interesante del estudio para obtener un diagnóstico de la percepción ciudadana –y quizá incluso de su cualificación a partir de la información que consume y aquella a la que no presta atención– es el aplomo con el que un elevado porcentaje de encuestados señala la culpa ajena para explicar la situación. La culpa de la escasez, según el criterio mayoritario es de los sectores de actividad y no del consumo propio. Así, señalan a la agricultura –y aciertan por razones obvias– pero patinan al culpar a continuación al gasto de la industria, el turismo y los megaparques de ocio, que están todos ellos por detrás del consumo doméstico, según los datos oficiales. Es curioso que todo el mundo se tiente la ropa ante la reducción de agua embalsada pero luego una mayoría confiese que no les parece oportuno limitar el uso de piscinas o el lavado de su vehículo. Todo lo más, abandonar el baño relajante y sustituirlo por una ducha. Lo revelador de la condición humana es que el grado de culpa directa que estamos dispuestos a asumir en las cosas que consideramos que van mal es limitado y nos solazamos pensando en lo culpables que son todos los demás. La industria, esa cosa tan sucia, tiene mala prensa; la agricultura y ganadería es inevitable –algo hay que comer– y está lejos de mi ciudad; los que se van de vacaciones son unos irresponsables, cuando no soy yo que, al fin y al cabo, ya me ducho cuando podría retozar horas en un yacuzzi, estoy libre de culpa. ¡Qué paz!