Hace unos días en Hibridalab –un nuevo espacio dedicado a la innovación ubicado en el edificio que antes albergaba el Archivo provincial– se presentaba una “videodanza inmersiva” de manos del colectivo de artistas Doss Colectivo. Artistas vinculadas con la danza contemporánea que han estado durante unos meses investigando y trabajando en ese lugar de “hibridación” para “teletransportar” la danza a ese lugar que algunos tildan de “metaverso”. Hablamos, por lo tanto, de vídeo, danza, virtualidad, innovación e hibridación. Que no es poco. Quizá alguno se atragante después de digerir dichos términos, pero realmente lo que se ofrecía a las personas que acudieron al “bolo de danza virtual”, era precisamente eso, lo que se prometía: un vídeo sobre danza visionado con unas gafas inmersivas. Obviamente, como en todo arte sea real o se desarrolle en un universo ficticio, lo interesante es que la pieza tenga calidad artística. Cuestión esta que no vamos a abordar en estas líneas, porque el experimento se presentaba en un contexto, digamos, “no artístico”. La obra no estaba acabada del todo y el sentido de la presentación era mostrar las posibilidades que ofrece para las “artes vivas” esa otra dimensión de apariencia real generada mediante tecnología informática. Una tecnología que permite crear personas, objetos, paisajes… para engañar a nuestros sentidos.

A lo largo de los siglos buena parte del arte que el hombre ha generado ha intentado emular nuestra realidad. La pintura, la escultura, incluso el teatro y más tarde la fotografía y el cine, han querido darnos “gato por liebre” –en el buen sentido del término– para que aceptemos como real lo que solo es representación, simulación. Recordemos la leyenda del artista de la Grecia antigua, Zeuxis, que pintando una escena de un niño con unas uvas, los pájaros se acercaban para picotearlas. Cuando sus amigos le comentaban asombrados que era un excelente artista éste les contestaba: “He pintado mejor las uvas que el niño, porque si así lo hubiera hecho las aves no se hubieran acercado pues le habrían tenido miedo”.

La realidad virtual, el metaverso, o como queramos llamar a esa nueva herramienta de representación, no deja de ser una vuelta de tuerca más al deseo del hombre por generar espacios ficticios en los que podamos, de alguna manera, perdernos. Perdernos para bien o para mal. Volvemos, por lo tanto, al quid de la cuestión: más que el “truco” empleado lo que realmente importa es lo que queremos contar. Es decir: el contenido. El meollo de la cuestión.

Necesitamos que nos emocionen, nos hagan pensar, sentirnos vivos, aprendamos algo… Y para ello, nos puede servir lo mismo un libro, una película, una pintura o… una obra virtual. Si hablamos de arte. Porque si lo que queremos es poder ver el planeta Tierra desde el espacio, o pasear por las calles de Tokio sin movernos de casa… unas gafas inmersivas pueden ser una muy buena opción. Podemos picotear uvas virtuales con ellas, sí.