“Golpear a uno para educar a cien” podría haber sido el lema de un maestro de escuela nazi. Sin embargo, Colpiscine uno per educarne cento fue uno de los eslóganes favoritos de las Brigadas Rojas, organización terrorista italiana compuesta por universitarios, entremezclados con obreros radicalizados, liderados por profesores indigestados de teorías políticas delirantes. Este grupo, corresponsable junto a los neofascistas de los llamados “años de plomo”, entre otras muchas acciones criminales, secuestró hoy hace cuarenta y cinco años al político italiano Aldo Moro, al que asesinó 55 días después. Operación Fritz la llamaron, no sé bien por qué. Todo comenzó a las 9 de la mañana del 16 de marzo de 1978, el mismo día señalado para la investidura como presidente del Gobierno de Giulio Andreotti, veinte veces ministro, llamado il Divo (el Divino) entre sus amigos y Belcebú por el resto.

Via Fani es una calle del extrarradio de Roma donde aquella mañana cuatro brigadistas vestidos con uniformes de pilotos de la compañía aérea Alitalia esperaban emboscados a la comitiva que protegía a Moro en sus desplazamientos a la capital. En escasos dos minutos dispararon 95 balas, 49 de la misma arma, acabando con la vida de los cinco escoltas y resultando ileso el presidente de la Democracia Cristiana. Aquello parecía muy profesional, algo fuera del alcance de un grupo de intelectuales fanatizados con nula experiencia en armas; aunque conviene recordar que cinco años antes ETA había atentado contra Carrero Blanco en una acción que muchos pensaron no podía ser obra de una organización a la que los especialistas policiales tenían catalogada como muy elemental, y sin embargo... Algunos testigos creyeron identificar a un miembro de los servicios secretos merodeando por el lugar. Resultó ser cierto pero el espía alegó que iba de visita a un familiar ¿de buena mañana?

Les cuento estos preliminares para señalarles que desde el principio el caso Moro resultó una amalgama de hechos, conjeturas y sospechas; un baile de máscaras donde danzaban de la mano la política italiana, los Estados Unidos, la URSS, la Iglesia Católica, los servicios secretos, la Mafia, y la Brigadas Rojas.

Aldo Moro era un intelectual y profesor universitario que no dejó de dar clases a sus alumnos hasta que fue secuestrado. Antifascista desde su juventud con Mussolini en el poder, fue luego corredactor de la Constitución italiana y dos veces presidente de gobierno, así como ministro de Asuntos Exteriores. Un hombre familiar entrañablemente unido a su esposa Eleonora, quien como veremos desempeñó un papel central en la desgarradora historia final de su marido. Los Moro, católicos practicantes, frecuentaban al Papa Pablo VI. Noretta llamaba familiarmente el pontífice a la esposa de Moro. Otro de los personajes de este drama, Francesco Cossiga, ministro del Interior cuando el secuestro, intelectual, políglota, era primo de Enrico Berlinguer, secretario general del PCI, sardos ambos. Cossiga, premiado como Amigo de los vascos por la Fundación Sabino Arana, me contó durante la comida que le ofrecimos tras recoger el galardón que siendo Berlinguer de la rama noble de la familia (vizconde o algo así) era lógico que acabase comunista, mientras que él, que pertenecía a la rama humilde, acabara demócrata cristiano; un sardo sardónico, ya ven.

El ‘compromiso histórico’

¿Qué pretendían los brigadistas con el secuestro de Moro? Pues desestabilizar a la Democracia Cristiana y abrir una fractura en el Partido Comunista convocando a los obreros desengañados del reformismo de un partido ya alejado de Moscú después de la invasión de Checoslovaquia. ¿Por qué en ese momento? Por el Comprommeso Storico, en castellano Compromiso histórico, quédense con la expresión. Esta es la clave del drama que contamos. Aldo Moro tenía diagnosticado que Italia sufría una corrupción rampante empezando por su propio partido, las intromisiones estadounidenses en la política y defensa nacionales, las amistades peligrosas de la Mafia extendida por gran parte de la red económica y los neofascistas incrustados en puestos sensibles del poder como los servicios secretos.

Moro pensó, un tanto ingenuamente, que un Partido Comunista no corrupto –luego se demostró que no era así– que representaba el 33% de los votantes podía ser si no el bote salvavidas al menos la lancha del práctico que esquivando los bajíos llevase a puerto la nave del estado italiano. Pero todo y todos estaban en contra. Los EEUU ya habían mostrado sus credenciales en Chile organizando el golpe de estado de Pinochet: nada de experimentos de “socialismo por la vía institucional” y mira por dónde parecía repetirse la misma historia en el sur de Europa, en plena Guerra Fría, en el país anfitrión del comando sur de la OTAN, así que ¡ni hablar! La URSS recelaba de un PCI liberado de sus ataduras a Moscú que empezaba a ser imitado por el PC de España y el PC de Francia que se autodenominaban eurocomunistas. La Iglesia se maliciaba suponiendo que la sociedad acabaría aceptando las propuestas comunistas en materia de moral privada y que Italia dejaría de ser católica. Los empresarios entraron en pánico, una cogestión obrera les parecía bolchevique, bien al contrario que a sus colegas alemanes que la venían practicando con normalidad y eficacia desde hacía diez años. Y la Mafia, que ya había sido objeto de denuncia pública por políticos comunistas sicilianos, atisbaba el fin de su influencia en la isla y parte de la península, Roma destacadamente.

Durante su cautiverio los brigadistas abrieron un “juicio popular” contra Moro. “Sostenemos que el acto de justicia revolucionaria contra el criminal político Aldo Moro es el mayor acto de humanidad posible de los proletarios comunistas en esta sociedad dividida en clases”, declaró Renato Curzio, líder de las Brigadas Rojas, cuando años después fuera enjuiciado. Mientras llevaban adelante su farsa de justicia proletaria, permitieron que Moro escribiera una serie de cartas desoladoras, de una delicadeza sublime las dirigidas a su esposa, y de tono crecientemente endurecido a los líderes de su partido implorándoles que negociasen con sus secuestradores. El escritor siciliano y excomunista Leonardo Sciascia publicó meses después del fatal desenlace El caso Moro (ed. Tusquets), donde recoge gran parte de aquella correspondencia y analiza con más detalle y profusión lo que estoy tratando de transmitirles. “El sacrifico de los inocentes en nombre de un abstracto principio de legalidad, cuando la necesidad obligaría a salvarlos, es inadmisible”, escribió Moro a Francesco Cossiga solicitándole una negociación con sus secuestradores. Para Andreotti y para el propio Cossiga, las cartas no mostraban más que la voluntad secuestrada de Moro cuando no su debilidad mental y rechazaron cualquier negociación. Indro Montanelli, periodista estrella de la época, fue más lejos y afirmó que todos los hombres tienen derecho a tener miedo, pero los políticos no tienen el derecho de mostrarlo públicamente. El Papa Pablo VI, en la línea dura de Andreotti, se dirigió a los terroristas pidiendo la liberación sin condiciones, es decir sin negociar nada a cambio, coincidiendo en este punto con el PCI muy en la línea de la razón de estado. Solo el Partido Socialista y el Radical se mostraron favorables a negociar. La Santa Sede recolectó dinero –“el excremento del diablo”, lo llamó Pablo VI– para pagar un eventual rescate. Llegados a este punto, mejor ver y oír que leer. Les recomiendo la visión de Esterno notte (Exterior noche), de Marco Bellochio, miniserie de Filmin dando cuenta de lo sucedido con preciosismo cinematográfico y una espectacular actuación de Toni Servillo como Pablo VI.

La firmeza en no negociar, la decisión homicida de los terroristas cegados por el fanatismo y la inoperancia policial confirmaron de manera terrible el pesimismo meridional que Moro había ejercido durante su vida: “Todas la ideas e ilusiones, incluso aquellas que parecen mover el mundo, van hacia la muerte”. Y así resultó. El 9 de mayo, en la Via Caetani , a 150 metros de la sede del PCI situada en Via delle Bottege Oscure y a 200 de la Piazza del Gesú sede de la DC, fue encontrado en el maletero de un Renault 4 rojo el cuerpo de Aldo Moro asesinado de once balazos en el corazón. La escenificación era perfecta, los dos partidos que representaban la mayoría política italiana hechos un todo uno por la sangre de Moro. Los terroristas siempre han tenido un gran sentido del espectáculo, lo necesitan para transmitir más eficazmente su mensaje: “Golpear a uno para educar a cien”.

Eleonora Moro jamás perdonó a Andreotti ni a Cossiga ni a Zaccagnini (secretario general de la DC). La familia se negó a asistir a los funerales de estado. Años después, Eleonora relató que en un encuentro de Aldo Moro con Henry Kissinger, este le advirtió de que si persistía en su estrategia de gobernar con el apoyo del PCI “... lo pagaría más caro que el chileno Salvador Allende; nosotros jamás perdonamos”. Años después, Giulio Andreotti fue acusado de inducir el asesinato del periodista Mino Pecorelli, quien investigaba las conexiones del asesinato de Moro con la DC, los servicios secretos y la Mafia. En un receso del juicio se dirigió al letrado que ejercía la acusación, mi amigo Alessandro Benedetti, abogado romano que me contó lo siguiente: “Joven abogado, si llega a salir adelante el Comprommeso Storico, lo de Chile hubiese sido una anécdota comparando con lo que habría pasado en Italia”, fueron las palabras de Belcebú y como me lo contaron se lo cuento. Andreotti fue condenado como inductor del asesinato de Pecorelli pero el TS italiano revisó la sentencia y le absolvieron.

Condenas

El 28 de enero de 1983 el tribunal de Roma condenó a los 63 acusados por el atentado contra Moro a 32 cadenas perpetuas y 316 años de prisión y dictó cuatro absoluciones. Dos brigadistas nunca fueron encontrados, uno de ello se supone era un infiltrado de los servicios secretos.

La partícipe Adriana Faranda y otros nueve vieron conmutadas sus cadenas perpetuas en aplicación del beneficio “por su disociación o apartamiento efectivo de la organización terrorista”, es decir, porque mostraron arrepentimiento. Faranda escribió un interesante libro de memorias relatando su vida de activista, Il volo della farfalla (El vuelo de la mariposa), visitó Euskadi en mayo de 2012 con motivo de su participación en un Congreso sobre Memoria y Convivencia. “El perdón se da, no se solicita”, contestó a Dani Álvarez, periodista de Radio Euskadi, en una memorable entrevista. No puedo estar más en desacuerdo, esa disposición mental no facilita la justicia restaurativa.

“Mi sangre caerá sobre vosotros”, escribió Moro a sus compañeros líderes de la DC. No fue así, al menos no literalmente, pero el secuestro y asesinato de Moro supuso el preámbulo de la descomposición del sistema de partidos políticos en Italia. La Democracia Cristiana (DC), el Partido Comunista (PCI), el Partido Socialista (PSI), el Partido Liberal (PL), el Partido Radical (PR) fueron sucesivamente desapareciendo de la escena hasta su actual inexistencia. Las Brigadas Rojas golpeando a uno educaron a cien… demonios que a día de hoy siguen sueltos por Italia.