Dentro de unos meses se celebran las elecciones locales y una convivencia saneada es todavía entre nosotros una asignatura pendiente. Ciertamente, hemos avanzado en algunos aspectos de nuestras relaciones sociales y en nuestra generosidad para con otros pueblos, pero todavía nos falta mucho para sanear nuestras relaciones interpersonales.

Cada pueblo tiene su historia y vive momentos diferentes. Ninguno de ellos es definitivo, pero el presente condiciona la vida diaria y la futura. No queremos realizar un análisis exhaustivo de la situación que vivimos actualmente, solo señalamos algunos elementos que en estos momentos preelectorales condicionan nuestras relaciones sociales y la convivencia.

Además de la difícil situación económica en la que se encuentran algunas familias, todavía son patentes los efectos de los largos años de terrorismo político vividos en nuestros pueblos, dejando una herencia dolorosa que se manifiesta de múltiples formas.

La construcción de una memoria histórica fundada en la verdad, la justicia y la reparación, así como el recuerdo de tantos sufrimientos vividos, nos hace experimentar la ausencia de una convivencia saneada. Y esto exige un gran esfuerzo. Entre nosotros existe una relación pacífica, pero no pacificada. La reconciliación en algunos ambientes es todavía difícil. La sociedad sigue fracturada. Es necesario vencer el miedo, el odio y el síndrome de la delación, reconocer la injusticia cometida y, mucho más todavía, la concesión del perdón y la aceptación del ofrecido.

Se podrán hacer análisis diferentes con expresiones de diversa naturaleza: vencedores-vencidos, derechas-izquierdas, revolucionarios-reaccionarios... pero la regeneración de la vida diaria en los pueblos pide otros valores, otro ambiente, sin él no se avanza en la convivencia. Esos valores son: la verdad, la justicia, la libertad respetuosa y la solidaridad mutua.

Mientras las instituciones y los gobiernos gestionan la política penitenciaria, es necesario seguir trabajando en los pueblos para superar los problemas derivados de tantos años de dolor. Es en estos sitios, donde nos relacionamos, trabajamos, sufrimos y nos alegramos. Donde se construye una casa común, un pueblo que camina. Por eso se ha dicho con razón que convivir es mucho más que tolerarse o vivir juntos, ignorándose o acaso odiándose.

No somos utópicos. Es normal y enriquecedor, que en una sociedad democrática se den proyectos e ideas diferentes y también soluciones diversas. Pero hacer de la calle un desafío permanente o de la confrontación en las instituciones una postura indispensable, es negar, de hecho, una solución fraternal y dificulta mucho la construcción de un pueblo. No es verdad, que para avanzar en la justicia y en la libertad, sea necesario desarrollar ese principio corrosivo del “cuanto peor, mejor”. Eso es mentira. En el enfrentamiento permanente no gana nadie y, a medio y largo plazo, pierden todos. Sobran las medias verdades, presentadas como incuestionables; las amenazas y las coacciones legales y sociales; las prohibiciones gratuitas y las manipulaciones sistemáticas de los ambientes y programas festivos, culturales o laborales. Así mismo, cuestionamos el uso de las grandes palabras sin concreción real y posibilidad de llevarse a cabo. El poder político tiene sus límites, lo mismo que algunas decisiones del poder judicial; del mismo modo, la oposición sistemática o la descalificación política y sindical a todo lo que se propone. Por desgracia, en muchos momentos, la actuación parlamentaria más que para proponer soluciones se ha convertido en un mero escaparate de denuncia y desgaste del gobierno de turno.

Destruir es fácil, construir es difícil. Mezclar problemas políticos y sentimientos legítimos por mero prestigio, interés electoral o dañar al que no piensa como uno mismo, es degradar la vida social y personal, y al grupo al que pertenece.

Es necesario mejorar las relaciones interpersonales. El que sabe dialogar sin imponer, está en el camino del entendimiento. Se puede estar cien años dialogando y no avanzar un milímetro, si no se parte de la aceptación de unos mínimos principios éticos de respeto mutuo. Una convivencia saneada no se soluciona solo con buenas palabras. Los conflictos sociales e identitarios no son un invento artificial, son perceptibles, tristes y continuados y deben ser superados con la voluntad de hacerlo. Sobra el ensalzamiento de posturas y de personas que nos retrotraen a un pasado sangriento, al mismo tiempo que nos esforzamos individual y socialmente en la ayuda a los más débiles y necesitados.

Pues, unas elecciones libres y esperanzadas exigen un contexto sereno y constructivo. Eso es lo que sanea una convivencia herida.

Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa