La incesante lluvia caída en estos días ha hecho aumentar de forma considerable los cauces de los ríos en Bizkaia, Gipuzkoa y el norte de Araba, y en algunas localidades ha habido desbordamientos y algunas carreteras también anegadas, aunque por el momento no han sido tan graves como en otras ocasiones. En esta ocasión, Bizkaia ha sido el territorio más afectado, y en Gipuzkoa las fuertes rachas de viento y las lluvias tan intensas han provocado afecciones en toda la red viaria.

Temporal, desbordamiento e inundaciones

Los desbordamientos de ríos e inundaciones en Euskadi no son una cosa nueva. Y es que en Euskadi existen cien zonas de especial riesgo de inundaciones, que se sitúan sobre todo en la vertiente cantábrica y que abarcan una longitud fluvial superior a los 400 kilómetros, según se recoge en los documentos que, en cumplimiento de la normativa europea, se han realizado para identificar estos puntos en nuestra comunidad.

Las inundaciones son un fenómeno natural periódico que han proporcionado fertilidad a las vegas y desempeñado otras funciones relacionadas con la dinámica fluvial y el estado ecológico de los sistemas acuáticos. Cuando lluvias intensas o continuas sobrepasan la capacidad de retención del suelo, y la capacidad del cauce del río es insuficiente para almacenar esa cantidad de agua, se desbordan y anegan terrenos cercanos a los propios cursos de agua.

En esta ocasión no ha habido graves inundaciones, sino más bien desbordamientos de ríos en diversas zonas y localidades, destrozos, deslizamientos de laderas y graves afecciones en carreteras.

Bizkaia, Gipuzkoa y el norte de Araba, es decir, la vertiente cantábrica de nuestra comunidad, está caracterizada por una orografía abrupta y recia, en la que las cuencas hidrográficas se encuentran rodeadas por fuertes pendientes, por las que el agua de escorrentía discurre hacia el fondo de los valles. Allí donde las riberas se ensanchan y aparecen amplias llanuras –llanuras de inundación–, es donde durante cientos de años hemos ido estableciendo nuestros asentamientos. La posibilidad de obtener agua para consumo o para desarrollar actividades industriales, la buena calidad de esos terrenos para cultivo o la utilización del río como vía de transporte, trajo como consecuencia un aumento de la población en los fondos de los valles, por lo que en la actualidad las llanuras de inundación se encuentran bajo una fuerte presión urbanística. Además, los cursos fluviales de Euskadi son en general cortos, con lo cual ante precipitaciones fuertes o persistentes responden con gran rapidez, y consecuentemente la capacidad de reacción ante posibles inundaciones es muy limitada. Ese terreno ganado al río a base de edificar, canalizar y antropizar sigue perteneciendo al propio río, que de forma natural lo reclama a base de inundarlo cada cierto tiempo. Nuestras viviendas se encuentran en las llanuras de inundación, es decir, en medio de los cauces naturales de crecida de los ríos.

Es necesario recordar que la magnitud y los efectos de las inundaciones no solo dependen de aspectos meteorológicos, sino también de las características propias del terreno, como son los tipos y usos del suelo, el tipo y la distribución de la vegetación, la litología –la litología se dedica al estudio de las propiedades químicas y físicas de las rocas–, las características de la red de drenaje, magnitud de las pendientes de la cuenca, la cobertura forestal –el pino insigne y el eucalipto retienen mucho menos el agua de lluvia–, obras realizadas en los cauces, etcétera, y precisamente buena parte de esa lista de impactos se dan en las localidades que en los últimos años se suceden más a menudo las inundaciones.

¿Qué se puede hacer? Una primera cuestión fundamental y básica es que no haya víctimas. Ese debe ser el objetivo más importante. Cualquier víctima deberíamos considerarla un fracaso colectivo. Sí que hay que lamentar en esta ocasión el fallecimiento en Bermeo de un hombre de 80 años desaparecido en medio del temporal de lluvia, a la espera de conocer mejor las causas de su muerte.

En cuanto al segundo objetivo, debería ser que los daños por inundaciones sean cada vez menores, aunque el riesgo cero no existe. Para ello es fundamental que no se construya en zonas inundables, cosa que ya se viene haciendo en los últimos años. Pero, ¿qué hacemos con el pasivo histórico? ¿Qué hacemos con la multitud de cascos urbanos y polígonos industriales sometidos a alto riesgo de inundación? No se puede dar una solución genérica. Cada zona es diferente y exigirá una solución concreta, enmarcada, eso sí, en un plan a escala de cuenca. Opino que las soluciones de ingeniería clásica se tienen que dejar para los casos extremos en que no haya otra opción viable, que se deben ejecutar con el máximo respeto ambiental, pero siempre después de exprimir todas las demás posibilidades. No obstante, lamentablemente, somos conscientes de que hay muchos casos extremos en nuestro país, que costará mucho dinero y tiempo corregir, y en ocasiones con elevados costes ambientales y sociales, pero habrá que hacerlo. Lo que se llama retirada estratégica, es decir, que algunas de las poblaciones más problemáticas se retiren de las áreas cercanas al río que fueron ocupadas de manera irreflexiva, en muchos casos con el boom inmobiliario.

Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente