Han transcurrido 45 años desde que desapareció la dictadura en el Estado español y que la nueva estructura política, la autonómica, comenzó a desarrollarse. Diecisiete fueron los Estatutos constituidos. A algunos les venía ancho lo de las autonomías, y todas, a excepción de Nafarroa y Euskadi, prefirieron no hacerse cargo de la recaudación fiscal y consiguiente asunción del gasto público. En otras, Euskadi, Cataluña y Galicia, a los sectores nacionalistas nos quedaba corta la autonomía y la consideramos como un paso intermedio hacía cotas más altas de poder.
Nuestros padres habían vivido los horrores de la contienda civil. Nosotros sufrimos la dictadura durante un larguísimo período: represión policial extrema (en especial en “las provincias traidoras”), prohibición de la enseñanza del euskera y de su práctica, supresión de expresiones culturales y tradiciones vascas… Nuestros sentimientos eran radicalmente hostiles hacía Madrid y hacia España en general, y era práctica frecuente el rechazo a todo lo español. Durante la dictadura no era raro que el nacionalismo mirase con cierta simpatía a ETA. Luchaban contra los soportes de la bota opresora.
A la migración a Euskadi, promovida desde otros territorios del Estado, se la miró, durante la dictadura y también años después, con cierto menosprecio; pero no creo que ello fuera un sentimiento hacia personas concretas sino al conjunto de los migrantes. Habían invadido Euskal Herria en las décadas de los 50 y 60 por decisión política para debilitar el sentimiento vasco, y hubo pueblos donde los llegados superaban en número a los autóctonos. Sin duda que hicieron los trabajos más duros, y ayudaron a levantar nuestra economía, pero nuestro resentimiento estaba allí. Éramos conscientes que el pueblo vasco había sido emigrante además de bien recibido allí donde llegaba, pero nuestras heridas estaban lejos de cicatrizar. ¡Pero han pasado muchas décadas y no puede ser que sigamos inmersos en el rencor! Y quiero creer que nuestro nacionalismo es incluyente, no excluyente.
Han pasado más de cuatro décadas y nuestra sociedad ha cambiado de forma radical en lo social, económico, político, cultural... Recorriendo nuestra geografía se constata nuestro nivel de vida, nuestra vida social, lugares de esparcimiento; aunque sin duda queda todavía gente que pasa apuros. Nuestro autogobierno, incompleto, con Osakidetza, la enseñanza bilingüe, los sistemas de ayuda social, nuestra renta per cápita, etc., son claros indicios de nuestros avances. En toda gestión hay fallos que corregir y tratar de mejorar, pero no olvidemos que para mejorar nuestros servicios públicos (Osakidetza por ejemplo, últimamente muy vapuleada), hay que dotarlos de más presupuesto, y para ello, o pagamos más impuestos o recortamos el presupuesto de otros departamentos.
Se dice que nuestros dirigentes han “aflojado” su mensaje nacionalista. ¿No será que es la sociedad la que ha aflojado sus exigencias políticas y que mensajes atrevidos podrían alejarla de nuestras posiciones? Pocas reivindicaciones se ven bajo la consigna de independencia, aún en sectores radicales. Nuestra sociedad se ha acomodado, primero porque el sistema neoliberal nos ha hecho priorizar el bienestar social a niveles excesivos, y segundo porque nuestras reivindicaciones nacionalistas de autogobierno se van, aunque muy lentamente, cumpliendo.
Claro que el gobierno central nos lo pone difícil y sus concesiones (nuestros derechos) nos llegan a cuentagotas, pero creo que la labor de nuestros representantes en Madrid es encomiable, con una paciencia infinita. Madrid sabe que nuestras reivindicaciones no cesarán nunca, y consecuentemente ponen continuas barreras. Ningún dirigente español, independientemente de su ideología y condición intelectual, apoyará un referéndum, no solamente por el peso de Euskadi en el conjunto del Estado, que sabemos ronda el 6% del PIB, sino porque ello arrastraría también a Catalunya, lo que desequilibraría totalmente el estatus del Estado. Personalmente prefiero seguir así, reivindicando, no sea que hagamos el ridículo.
Todos sabemos que desde hace tiempo se viene desarrollando el proyecto del Nuevo Estatuto para Euskadi, y modestamente opino, que el camino más inteligente sería potenciar nuestro electorado, a fin de que tengamos más fuerza en las negociaciones para la definición de dicho proyecto de autogobierno. Uno ya no sueña con ideas independentistas en el corto y medio plazo. Cada día dependeremos más de Bruselas, y, ¿quién puede prever los criterios europeos dentro de unas décadas en cuanto a naciones, estados, etc.? De momento, ¿no sería estupendo que el Nuevo Estatuto recogiera que ninguna ley orgánica del Parlamento Español afectase a nuestro Nuevo Estatuto; que no se pueda mover una coma de él sin el común acuerdo de las partes? Horrela izan dezala.