Hace unos días discutí con un veterano militante de la izquierda acerca de la llegada de migrantes a nuestro territorio y me llevé una sorpresa. Mi interlocutor, “de izquierda de toda la vida”, se mostró con dureza en contra de la inmigración, siendo su argumentario parecido al que utiliza la derecha: nos quitan el trabajo, se llevan el dinero público, enseguida acceden a vivienda social, y otras afirmaciones igualmente falsas. Para remate sentenció: “Cada cual tiene lo que se merece”. En fin, era evidente que el modo de ser de izquierda de mi interlocutor no es el de una izquierda con valores humanistas/socialistas, sino pura y simplemente el de una izquierda anticuada, primitiva, colonizada por un pensamiento predemocrático.
La pregunta es más pertinente que nunca: ¿Hay en la izquierda personas que son xenófobas? Las hay, siendo afortunadamente una minoría. Sienten antipatía y hostilidad hacia los migrantes, con la diferencia que unos lo muestran y lo dicen abiertamente, en tanto que otros lo esconden siempre que pueden. Son varios los grados de xenofobia que adoptan, yendo desde el odio en lo más extremo, al rechazo. El racismo no es lo más común y el principal motivo en este grupo se centra en la acusación de que los migrantes se aprovechan de “nuestras” prestaciones sociales, nos quitan puestos de trabajo, rebajan los salarios y son destinatarios privilegiados de la RGI. Su xenofobia se asienta por consiguiente en razonamientos sociales y económicos.
Lo que llamamos izquierda hoy no es igual a la izquierda de ayer. Como la sociedad ha ido cambiando, y si hasta muy avanzado el siglo XX ser de izquierda era algo que se resumía en ser anticapitalista y partidario de la lucha de clases, ser de izquierda en el siglo XXI, supone, además de anticapitalista, ser portador de unos valores éticos, de comunitarismo, solidaridad social y empatía por los más desfavorecidos. Sin olvidar la conciencia medioambiental que debe cuidar la supervivencia del planeta y la igualdad de género.
Sin estos y otros valores no se puede ser de izquierda. Es verdad que cada cual, desde su autodeterminación, puede proclamarse de izquierda, sin pasar ningún examen para ello. Pero como la libertad o la democracia, para ser lo que son, han de cumplimentar unos atributos, también el concepto “izquierda” está ligado a unas cualidades sin las cuales es otra cosa. Tal vez un híbrido extraño.
Sé positivamente que para mucha gente de izquierda la xenofobia en sus filas es difícil de asumir como una realidad. ¿Cómo puede ser? Interpelan. En Alemania se ha lanzado un nuevo movimiento, Aufstehen, para agrupar el sentimiento anti-inmigrante en la izquierda. Se oyen ecos semejantes procedentes de Italia, Dinamarca, Suecia y otros países. Estos grupos denuncian la tendencia moralista de la izquierda mayoritaria y en el caso alemán dicen querer recuperar a votantes de clase trabajadora del partido ultraderechista Alternativa para Alemania. La propuesta de hacer de la xenofobia un campo de disputa electoral es una barbaridad ya que la izquierda no puede aceptar la xenofobia bajo ningún concepto. Para el grupo Aufstehen, fronteras abiertas sólo significa una mayor competición por trabajos mal pagados. Este es el enfoque con el que justifican su posición anti-inmigrante.
La fuerza de la crisis está detrás de este movimiento de parte de la izquierda que sucumbe a los cantos xenófobos de los que dicen que los no alemanes deben quedar excluidos de las nuevas políticas sociales. Lo bueno es que una parte de la izquierda de hoy, espero que mayoritaria, sigue buscando su lugar transformador, insatisfecha con el modelo de sociedad en el que vivimos.
En consecuencia, hay gentes que se consideran de izquierdas que a la vez que rugen frente al neoliberalismo, lo hacen frente a los migrantes. Los valores éticos no cuentan y en el mejor de los casos están subordinados a los fines. Pero los fines no pueden aceptar la xenofobia como medio. Sería tanto como impulsar un movimiento obrero de derechas para quitarle adeptos a sindicatos mafiosos.
La presencia de la xenofobia en la izquierda, siendo minoritaria y combatida, tiene por detrás un proceso largo de ambigüedades y recelos antes de asumir valores que emanan de los derechos humanos. Todavía hoy, grupos autoproclamados como de izquierda, miran con sospecha la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la consideran una reliquia burguesa. Son grupos que se comportan como conservadores en muchos campos sociales y son una rémora para la izquierda que de verdad tiene una visión holística, global, de transformación de la sociedad. El fenómeno generalizado de una extrema derecha europea que se nutre de sectores de la clase obrera es ya una señal de alarma. No hay que olvidar que la izquierda no es un fortín blindado a las influencias de la sociedad, sino un reflejo de ella.
Para hacerme entender mejor pongo el ejemplo de los países del Este. ¿Tras la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética que se escondía? ¿Sociedades de progreso? ¿Sociedades abiertas a las libertades? No. Lo que hemos visto son sociedades conservadoras que votan a las derechas, regímenes represivos, prohibicionistas. Lo de la mujer y el hombre nuevo no tuvo nunca en estos países una proyección real. Lo que sí ocurrió es que hubo mucha represión Y lo cierto es que en el ámbito de los partidos y gobiernos comunistas del este de Europa las libertades individuales estaban bajo un control desmedido de las autoridades.
Lo que hemos visto en países del este son sociedades degradadas por los regímenes que han sufrido. ¿Puede extrañar que personas y grupos que se autoproclaman de izquierda sean en la vida real partidarios de la xenofobia, la homofobia, la transfobia?
Afortunadamente el movimiento antifascista en Alemania es fuerte y crece. En la marcha de miles de militantes de izquierda en Rostock se puso de relieve que el músculo antifascista y antirracista es fuerte en Alemania. Pero hay que estar atentos. Lo de ser de izquierda y anti-inmigrante irá saliendo del armario cada vez con más descaro. Es la destrucción de sociedades cada vez más desiguales que provoca el neoliberalismo, lo que siembra en las filas de la izquierda la tentación de pasarse al peligroso lado del rechazo a los migrantes. Insisto, la solidaridad y la empatía son los ingredientes básicos que hay que oponer a la xenofobia, cerrando filas y denunciando el odio y los bulos en que muchas veces se sustenta. Sin una ética que tenga en su centro la justicia y la solidaridad, no hay izquierda.
Una recomendación a las izquierdas: no sucumbáis a la tentación de silenciar la xenofobia que pueda existir en vuestras filas. Como un tabú que se oculta por vergüenza. A la xenofobia hay que responder con beligerancia. No hacer alarmismo está muy bien, pero quitarle importancia está muy mal.
Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo