El rey sabio Salomón sentenció en una disputa entre dos mujeres que afirmaban ambas ser la madre de un recién nacido, que había que partir por la mitad al niño en disputa y darle una parte a cada una de las litigantes. Supo así quién era la verdadera madre. Salomónico. La jueza lingüista de Gasteiz se ha conformado con partir por la mitad el nombre que los progenitores habían decidido poner a su hija, imponiéndoles que se llamará Zia y no Hazia, como pretendían. Un gran avance para la humanidad. Argumenta la magistrada encargada del Registro Civil gasteiztarra que la ley impide poner nombres “que sean contrarios a la dignidad de la persona ni los que hagan confusa la identificación”. En eso tiene razón. ¡Insensatos padres, intentar llamar a una niña “Semilla” –de su macarrónica, torpe y calenturienta traducción de Hazia habrá doctores en varias disciplinas que sabrán contestar mejor que yo– pudiendo ponerle, no sé... Angustias, Canuta, Martirio, Estercacia, Marciana, Dolores, Burgundófora, Anacleta, Socorro, Segunda, Celestina, Escolástica, Tránsito, Iluminada, Feliciana, Delfina... todos ellos reales y legalmente registrados! Nombres “dignos” que por suerte se han quedado en el registro olvidado de la historia. La magistrada en cuestión se llama Cristina. Aunque uno es ignorante en etimología, no es muy complicado inferir que el significado de ese nombre es algo así como “seguidora de Cristo”. Fe, Esperanza y Caridad, otros tres nombres del santoral. Llevar los nombres a ese terreno es pantanoso. En cualquier caso, me temo que la decisión de la jueza –si los recursos de los padres no lo remedian, cosa que dudo– puede resultar un calvario para la pobre Zia (con perdón por la palabra resultante). Y no porque significaría lo mismo que Hazia, lo que lo hace todo más estrambótico. Se impone que la Justicia haga de verdad de Salomón obligando a una buena Ziaboga en este asunto, devuelva a los padres su derecho y deje a Hazia crecer, madurar y dar frutos como su digno nombre indica.
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