Se acerca Halloween. Que no deja de ser una fiesta con temática terrorífica. La mayoría de las personas que saldrán a nuestras calles a celebrarla –algunos disfrazados de vampiros o zombis, otras de brujas o de la niña del exorcista– no tendrán ni idea de qué significa la propia palabra Halloween. Pero, ¡qué más da!: de lo que se trata es de liberar estrés, estar con los amigos, tomarse algo. Pasarlo bien, en definitiva, no importando demasiado si la excusa es All hallow’s eve, Carnavales o Nochevieja.

Por estos lares, la versión americana de Todos los Santos se va imponiendo año tras año. Mucha culpa de ello lo ha tenido el propio cine yankee. Recordemos la saga Hallowen, iniciada en 1978 por el director John Carpenter, y protagonizada por una excelente Jamie Lee Curtis, de la que hemos visto después una docena de secuelas. Fue una de las primeras películas protagonizadas por un asesino desequilibrado que resucita una y otra vez. Toda una pesadilla hecha realidad. Y hablando de pesadilla, recordemos, varios años después, Pesadilla en Elm Street de Wes Craven con un Freddy Krueger protagonizando nueve entregas. O la franquicia Viernes 13, cuya primera película data de 1980, con un enmascarado Jason que, machete en mano, se pasearía por una docena de filmes a lo largo de los años. Todas estas sagas de terror protagonizado por locos asesinos beben de películas realizadas por directores de la talla de Hitchcock, Powel, Argento o Bava. Sobresaliendo de entre ellas Psicosis (1960), que por cierto tuvo dos secuelas: Psicosis II (1983) y Psicosis III (1986), ya no dirigidas por el gran maestro del cine de suspense y que, en el fondo, se sumaban a la terrorífica ola –más bien tsunami– iniciada con Hallowen.

Estos días, las cadenas televisivas y los servicios de streaming, están recuperando algunas de estas joyas del séptimo arte pensadas para ponernos los pelos de punta y la piel de gallina. Reacciones fisiológicas producto de la adrenalina que nuestro cuerpo libera a tutiplén en situaciones de miedo o estrés.

Llegados a este punto la pregunta es: ¿cómo nos pueden gustar ese tipo de películas protagonizadas por psicópatas que asesinan de manera sangrienta a un montón de inocentes personas delante nuestro? Obviamente, porque es cine: sabemos que es ficción, que no está sucediendo de verdad. Paradójicamente, la magia de séptimo arte suele estribar en creernos lo que vemos, pero en el cine de terror no es así: graduamos nuestro grado de atención para controlar el efecto emocional que nos produce lo que estamos viendo. En definitiva: controlamos nuestra sensación de miedo. Lo suficiente para que nuestro cuerpo libere esa reconfortante adrenalina que nos hace sentir más vivos. Realmente, nos estamos drogando con esta hormona natural nuestra. Como las personas que practican deportes de riesgo. Pero en el caso de los espectadores de cine de terror, sin riesgo alguno.