También en Ucrania... Ceder es un verbo que se conjuga con dificultad, sobre todo cuando entra en juego el natural orgullo patrio. Echarle el freno al carro de combate puede ser más complicado que echarlo a rodar. No es fácil detener un ejército cuando este avanza sin gran resistencia, cuando va reconquistando territorios y se anota tantos sin parar. Sin embargo, el entusiasmo por la delantera actual ucraniana en la guerra demanda también su contención. Donetsk y Lugansk son territorios fuertemente atrincherados y fortificados que pueden exigir al ejército y la población de Ucrania una muy superior cuota de sacrificio.
Ucrania ya ha vencido, en el plano militar, sobre todo en el más importante plano humano. Ucrania ya ha escrito heroicas páginas en los libros de historia que pronto entrarán en las imprentas; ha mostrado ante la entera humanidad cómo una nación unida y decidida puede hacer frente, en legítima defensa, a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Hemos tomado cumplida nota de su gesta televisada, retransmitida por las redes.
Sin embargo, no nos hallamos ya ante un escenario de guerra tradicional. La locura puede estar dispuesta a agotar sus cartas. Quien enfoca detenidamente y dispara brutalmente sobre dieciocho ciudades ucranianas colmadas de civiles inocentes, no se va a detener en su cruel escalada mientras que le reste potencial destructor. Putin ha demostrado sobradamente ser guiado por una lógica perversa. Para doblegar militarmente al adversario no va a ahorrar ningún dolor a su población.
¿Cuántos misiles de largo alcance aguardan su turno fatal, su vuelo mortal desde las lanzaderas rusas? ¿Cuántos, que aún reposan en los hangares, podrían caer sobre urbanizaciones, escuelas y hospitales ucranianos? En algún momento deberá cesar el estruendo, antes de que vengan las bombas del absoluto silencio, antes de que Rusia descargue ese funesto recurso de la recámara que echaría por tierra las victorias, que detendría forzosamente a los tanques osados, que generaría un daño inconcebible, que nos introduciría en una era de destrucción nuclear sin precedentes.
El ansia expansionista y ultranacionalista de Putin ya le ha conducido a la clara y rotunda derrota. Los centenares de miles de jóvenes rusos que huyen de su llamada a filas es el corolario de una aventura militar absolutamente fracasada. Agudizar esa derrota puede traer unas consecuencias imprevisibles que será preciso evitar. Un Putin acorralado con el botón nuclear a su alcance es ahora más peligroso que nunca.
Ucrania ha sentado ya un glorioso ejemplo, ha resignificado el ideal del sacrificio en nuestros fáciles tiempos del solo rozar de la pantalla para innumerables cometidos. Ucrania puede acercarse más que digna y orgullosa a la mesa de unas imprescindibles negociaciones con Rusia. Más territorios no deberían ser a cambio de un coste desmesurado de destrucción y vidas. Zelenski ha llegado a un punto que sí puede ofrecer algo más que “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Con el ejemplo mayúsculo de valor presentado ante el mundo se lo puede permitir. Por más que en buena parte de los territorios de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia siguiera ondeando la enseña de la Federación rusa, el futuro se encargaría de ir colocando a los corazones en el lado correcto. El virtual acuerdo, hoy aún muy lejano, debería garantizar de todas formas que cada ciudadano de esas provincias pudiera ubicarse en el lado de la frontera que desease, es decir ser súbdito de Rusia o Ucrania.
Tras el turno aciago de los Putins, no debería demorarse una nueva era en la que las fronteras políticas se empiecen poco a poco a difuminar. Ceder ciertos territorios a Rusia no crea un peligroso precedente, pues la cuota de dolor que el invasor ha tenido que abonar ha sido desmesurada. Ya no será baladí decretar desde un remoto despacho la invasión de una geografía aledaña. Acierta el papa Francisco cuando pide a Zelenski que “esté abierto a propuestas de paz serias”. El presidente ucraniano no debería haber prometido que no bebería de esa siempre necesaria agua del diálogo, no debería haber enterrado por decreto la posibilidad de negociar con Putin.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, Finlandia ya cedió territorios a Rusia a cambio de una paz que a la postre ha resultado duradera. El sentimiento nacional se enardece con el anuncio de sucesivas reconquistas, pero hay momentos en que esa sacrificada victoria comporta también alguna renuncia. La ayuda militar y logística occidental a Ucrania ha sido necesaria. La nación ha podido de esa forma defenderse ante la brutal invasión y conservar la mayor parte de los territorios, pero la guerra y su incuantificable cuota de dolor, destrucción y muerte debe finalizar, siquiera al precio de unos trozos de tierra. Hay mucha más Ucrania. Hay inmenso territorio para planificar jardines y parques, para levantar de nuevo escuelas y hospitales, sobre todo para erigir, de entre la extendida ruina, los pilares de una nueva nación, internamente tan fortalecida.
* Patrono de la Fundación Ananta y cofundador del Foro Espiritual de Estella