Los seres humanos somos presuntamente animales racionales. Aunque a veces lo pongo en duda, como, por ejemplo, en el plano macro, compruebo que somos capaces de perpetrar los peores genocidios. También debo admitir, por otra parte, que realizamos las más sublimes obras de arte, y las labores humanitarias más abnegadas.

Observo, además, que esto transpira también al plano micro. En lo micro vemos como somos además de presuntamente racionales, somos gregarios, pero tribales. Y parece que necesitamos crear tribus antagónicas en temas de lo más nimio. En el Reino Unido, desde siempre, sobre cómo se ha de hacer una buena taza de té. Aquí, de un tiempo a esta parte nos hemos metido en toda una espiral relativa a la tortilla de patata. Hasta el punto en que incluso hemos acuñado los términos “concebollista” y “sincebollista”.

Incluso pensadores del máximo prestigio, como mi admirado George Orwell, bajan al terreno barro y toman partido. El 12 de enero de 1946 escribió un excelente artículo en The Tribune, titulado “A nice cup of tea” detallando cómo debía ser la perfecta taza de té. Debía hacerse con tés de Ceilán o de la India, desaconsejando los tés chinos, y aportaba detalladas explicaciones sobre cómo hervir el agua, cómo servirlo etc. No era contrario a echarle leche, pero consideraba un sacrilegio tomarlo con azúcar.

Nos pasa parecido con la tortilla. Que si ha de estar más o menos cuajada, y, sobre todo, el punto de mayor contienda está en si se ha de añadir o no cebolla. Hay quien incluso ha hecho algún estudio afirmando que los sincebollistas tienden a pertenecer al sector conservador de la sociedad. Personalmente no tengo ni idea. Sólo sé que me gusta más con cebolla. No me atrevo a dar indicaciones de cómo prepararla como hizo Orwell con el té. Pero al igual que él, me maravillo sobre el nivel de sutileza, o de ausencia de ella, que tiene el debate al respecto. l

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