e parece que con la guerra en Ucrania pasa lo mismo que con la pandemia. Acaso de forma más sutil, pero mucho más veloz. Ya estábamos insensibilizados -hipócritamente- por Palestina, Siria y Afganistán de donde siempre nos llegaban imágenes muy parecidas. Ya hemos asimilado y normalizado el shock de los crímenes de guerra. Poco a poco, vamos interiorizando que las guerras son así. Con la guerra del Yemen ni siquiera hemos tenido que interiorizar nada porque no nos llegan apenas imágenes. O mejor dicho, directamente no las queremos ver, porque estar, están.
Sí se distinguen los efectos de la guerra en Ucrania de las otras guerras mencionadas: en cómo se ha sacudido por completo el tablero en lo geopolítico y económico por una parte, y en lo ideológico por otro. Los efectos económicos los estamos empezando a percibir, y más que los vamos a sentir. Lo ideológico ha roto algunos esquemas. La ultraderecha europea que antes aplaudía con las orejas a Putin, ahora lo critica, pero sin demasiado entusiasmo, porque en el fondo considera que el ruso les está agitando el patio y eso siempre le ha venido bien a ese sector ideológico. En cambio la izquierda está perpleja. Los estalibanes, que aún no se enteraron de la caída del muro de Berlín, apoyan a Rusia, los críticos reconocen que no se puede ser indiferente ante el ataque de Putin.
Hay muchas comparaciones entre lo que ocurre en Ucrania y la Segunda Guerra Mundial. Es normal, porque muchas de las actuales batallas se desarrollan en los mismos lugares. Pero ahora, con el alineamiento de Finlandia y Suecia con la OTAN y con la reacción de Putin, me empiezo a preguntar si no estaremos entrando en un escenario como el del inicio de la Primera Guerra Mundial, conflicto mucho menos ideologizado en sus inicios -que no posteriormente- y que fue patrocinado por alianzas que propiciaron el desastre como fichas de dominó que caían una encima de otra, en fila india. Espero que no. l