manuel Macron ha sido reelegido presidente de la república francesa, lo que ha supuesto un nuevo suspiro de alivio en las instituciones europeas. Su victoria, por segunda vez consecutiva frente a Marine Le Pen, vuelve a salvar el proyecto de construcción europea al impedir que una dirigente política con posiciones ultranacionalistas, euroescépticas y condescendientes hacia Moscú ocupe el Elíseo. De otra forma estaríamos ante todo un cataclismo geopolítico. Pero esta vez nos hemos quedado más al borde del precipicio.
Si hace cinco años, Macron vencía por 32 puntos de ventaja, esta vez la ventaja se ha quedado solo en un 17% de los votos. Este fuerte ascenso de Le Pen convierte las elecciones legislativas del mes de junio en una auténtica segunda vuelta para configurar el Gobierno con el que tendrá que cohabitar Macron. En todo caso, la Unión Europea se ha vuelto a salvar por la campana.
La realidad electoral pone de manifiesto la fuerte ruptura política, económica y social de Francia. Los votantes de Macron son mayoritariamente urbanos, para ser exactos de las grandes ciudades galas, de clase media alta, de formación superior y de edades menores de 50 años. Es decir, la élite rica. A ellos se han unidos los votantes del cinturón sanitario que quería impedir la llegada al poder la ultraderechista.
Enfrente, la autodenominada "candidata del pueblo", con un creciente número de seguidores rurales o de pequeñas ciudades, clase media baja y obrera, de formación primaria. Dos mundos casi irreconciliables que están abriendo una brecha que rompe las posibilidades de conformación de mayorías políticas en todos los niveles de la Administración francesa. Pero aún queda una tercera Francia, la silenciada, la que proviene de la migración, con varias generaciones ya de franceses y con un problema de integración que genera brotes continuos de protestas violentas.
De momento, se ha salvado el primer round de este tortuoso combate contra el populismo, que vive de quienes se sienten víctimas de una clase política de privilegiados similares a los ilustrados del siglo XVIII. Pero Le Pen ha cifrado todas sus esperanzas ante su subida en votos en las próximas elecciones legislativas del mes de junio. En ellas la composición de la Asamblea Nacional deparará el Gobierno con el que el presidente Macron deberá llevar adelante su plan para el segundo mandato. Unas ansias de poder que comparte con Jean-Luc Mélenchon, el líder de Francia Insumisa, una plataforma política que se sitúa entre la izquierda y la extrema izquierda, que plantea una Asamblea constituyente que instaure la VI República y una reforma de los Tratados de la UE o incluso la salida de la misma.
Ante ellos, Macron con un partido que no ha sido capaz de organizarse, pero que una vez más puede jugar al voto del miedo y convertirse en el baluarte contra el miedo a los extremismos. Socialistas y republicanos, los dos viejos grandes partidos, no computan y están al borde de la desaparición.
Ocurra lo que ocurra en junio, Macron empieza su segundo y último mandato, ya que en Francia los periodos presidenciales están topados y ya no podrá volver a presentarse. Esta condición de presidente saliente le dota de la libertad de hacer lo que quiera sin riesgo a ser castigado en las urnas, algo que ocurre también con los presidentes estadounidenses. En esa tesitura lo lógico es que Macron quiera dejar su impronta en la historia de Europa. La debilidad del Gobierno alemán, con un nuevo canciller y un tripartito novedoso -socialdemócratas, verdes y liberales - le concede la ventaja de convertirse en el líder más consolidado de los grandes Estados de la UE. Además, la invasión de Ucrania sitúa a Alemania en una encrucijada compleja por su altísima dependencia del gas ruso. Por tanto, con Merkel fuera de la escena, tiene cinco años para intentar marcar la agenda europea. Cuestiones como la Defensa común, la política energética, el papel de Europa en el mundo y la migración pueden verse afectados por este protagonismo de París. Puede que estemos ante la antesala de un reequilibrio del eje franco-alemán, la clave de bóveda del proyecto europeo.