uma es una vaca lechera que vive en una granja semi-industrializada, como tantas otras. El censo vacuno eleva a 6.5 millones el número de cabezas en el Estado español, distribuidas en 130.000 explotaciones, muchas de las cuales son mixtas y combinan producción intensiva y extensiva.
Lo que hace especial a Luma es ser la protagonista de la película británica Vaca de Andrea Arnold. El filme retrata la vida rutinaria de esta vaca, la cual se reduce a pastar al aire libre, a ser conectada cada día a unas máquinas que le ordeñan (con hilo musical de fondo) y a parir.
Sin embargo, la película no se limita a retratar qué hace la vaca, sino que va más allá y busca transmitir qué siente la vaca. Así, de entre las escenas más tristes, el filme recoge el momento en el que a Luma le arrebatan la ternera que acaba de parir. Luma muge. No retira la mirada, mientras a su cría le enchufan un biberón. Cuando se lo acaba, Luma se acerca a lamerle, pero la ternerilla se va.
Otra escena impactante es el abrupto final de Luma, que no deja indiferente a nadie.
La crudeza e intensidad de estas secuencias es tal que, durante su reciente proyección en el Festival de Cine y Derechos Humanos de San Sebastián, el público espectador se emocionó y compartió su turbación durante el debate posterior.
De hecho, ese era y es el objetivo de la película: emocionarnos. Para lograrlo, utiliza técnicas cinematográficas que provocan la identificación del público espectador con el animal. Entre esas técnicas, la cámara se coloca todo el tiempo muy cerca de los ojos de Luma, para que veamos lo que ella ve y cómo lo ve. A los personajes humanos apenas los distinguimos: son solo seres borrosos, casi anónimos, a quienes Luma y el público espectador escucha de forma lejana. Lo que más se escucha son la respiración de Luma y sus mugidos de rabia.
Como resultado, quien va al cine a ver la película sale con el convencimiento, por si alguien tenía dudas, de que las vacas sienten.
No es nada nuevo. Muchas personas dentro del movimiento animalista llevan años defendiendo que los animales sienten y padecen el dolor. Entre estas voces, les recomiendo por ejemplo al filósofo australiano Peter Singer, que ya en 1975 publicó Liberación animal: Una nueva ética para tratar con los animales; y que está a punto de publicar en castellano su último libro: Los derechos de los simios.
El dilema es entonces cómo compatibilizar este conocimiento y nuestros principios éticos, con nuestras rutinas alimenticias.
Sabemos que existe una bioética animal, que aborda cómo debemos relacionarnos con los animales no humanos. Existe una Convención Europa para la Protección de Animales en Explotaciones Ganaderas, que prohíbe que los animales vivan en condiciones que impliquen maltrato, dolor o sufrimiento. Sabemos que en las ganaderías intensivas gestionadas exclusivamente con un enfoque industrial y mecanicista, los animales son considerados máquinas productoras de alimentos, a veces sin luz natural, sin libertad de movimiento, sin posibilidades de crianza natural...
Sabemos todo esto y, sin embargo, leo en la cuenta de Twitter del ministro de Agricultura, Luis Planas, que "el 80% de la carne que comemos es de producción intensiva".
¿Nos falta coherencia? ¿Hay posibilidad (más allá del veganismo, que excluye los productos animales de la dieta) de consumir leche o carne, sin que en el proceso de producción las vacas sean maltratadas? ¿Es la ganadería extensiva una opción?
En la búsqueda de respuestas, recupero de la hemeroteca un artículo publicado en este mismo DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA el pasado 12 de enero, bajo el título ¿Hay macrogranjas en Álava?. Es una buena noticia saber que el modelo de producción de las macrogranjas y la ganadería intensiva es prácticamente inexistente en Álava y en Euskadi. La apuesta alavesa por las granjas extensivas (esto es, aquellas en que existe baja densidad de animales por hectárea, a los que se deja pastar al aire libre) es un esfuerzo loable de nuestras ganaderas y ganaderos.
Sigo leyendo y en el artículo se menciona que en Álava quedan solo 40 granjas de vacuno de leche, que continuamente denuncian la crisis del sector y reivindican una labor de pedagogía de cara a que las personas compremos y consumamos producción local.
Así que, como en el dicho "blanco y en botella" usado para significar obviedad, en nuestra mano está elegir el tipo de consumo que queremos potenciar en nuestra provincia.
Habrá quienes directamente descarten los productos de origen animal.
Otras personas apostarán por comprar directamente al caserío. Porque del caserío me fío.
También habrá quienes se inclinen por otras opciones, asumiendo los incrementos de costes de producción necesarios para mantener las granjas extensivas, y eligiendo unos modelos de alimentación y consumo realmente responsables.
Serán, en definitiva, opciones dirigidas a lograr una mayor calidad de vida: de nuestra vida y también de la vida de Luma.
Las vacas sienten. ¿Es compatible el compromiso bioético, con el consumo de productos vacunos, como la leche o la carne?