l Gobierno, acorralado. Aturdido por el repentino estruendo social. Alarmado al creer que la ultraderecha se ha hecho con la calle en la España del siglo XXI y también con los camiones que paralizan en un abrir y cerrar de ojos puertos, industrias y desabastecen supermercados. Atrincherado, sin reflejos para neutralizar al primer bote las rebeliones y sin otra respuesta convincente que echar la culpa a Putin de la plaga energética hasta que se ha visto obligado a pactar con el sector menos ideologizado de los camioneros por la presión reinante.
Ahora bien, cuando la patronal empieza a urgir una actuación de compromiso responsable, cuando la ciudadanía siente estremecerse por los efectos colaterales de una invasión militar como en los momentos más angustiosos de la pandemia, cuando socios y oposición apremian a taponar la sangría económica, es cuando Pedro Sánchez decide dar un triple salto mortal. Sin importarle quedarse más solo que nunca, ni siquiera por las hostilidades abiertas. Sin encomendarse a nadie, y mucho menos al Parlamento, dobla la cerviz ante Estados Unidos y dinamita con alevosía el arraigado sentimiento de izquierda y también de derecha hacia el Sahara Occidental mediante su sumisión a los intereses de la dictadura marroquí. Bizarro él como siempre ante cualquier adversidad, sea provocada o sobrevenida. La tormenta perfecta para la implosión. De momento, suaviza la tormenta porque sale victorioso de su pulso energético en la UE. Aún le queda, no obstante, el postre indigesto a modo de esa elocuente división interna entre los socios ministeriales sobre cuál debe ser la filosofía del imprescindible plan de activación económica de la próxima semana.
La incertidumbre se ha apoderado de la trama. Hay más tensión, inestabilidad y ansiedad que nunca, porque se desparraman los interrogantes y las dudas. Mal rollo. En esencia, el campo abonado para que corretee populismo. Es ahí donde Vox le ha ganado estrepitosamente la partida a la derecha opositora, aprovechando que el PP sigue recomponiendo a marchas forzadas su maltrecha figura a la búsqueda de su espacio y con ese discurso ramplón, de barra de bar, pero que se cuela con temerosa facilidad. En un abrir y cerrar de ojos, ese país que empezaba a imaginarse cómo iba a beneficiarse del reparto de los fondos europeos presencia, incrédulo, cómo las gasolineras ofrecen precios prohibitivos, cómo la luz es un lujo, cómo unos cayetanos enarbolan la rebelión del campo, cómo camioneros con infinidad de banderas rojigualdas desafían a su sector, a la policía y al día a día ciudadano y laboral.
La ultraderecha ha mordido cacho y no va a soltar el hueso. Juega con el viento a favor para ir destilando una descarada demagogia, por cierto, cada vez con más adeptos que no se cortan al vociferar sus ácidas críticas. Se lo advirtió Rufián al Gobierno con una jerga de autocrítica, consciente de que han faltado demasiados reflejos en la sala de máquinas de La Moncloa, demasiado ensimismados en seguir los pasos del presidente por los salones de las cancillerías europeas, incluso gestos de una mínima empatía y, desde luego, poca capacidad de respuesta.
Por esas turbulentas tempestades surfeaba Sánchez, cuando se abrió la caja de los truenos más insospechada. Un socialista, erigiéndose en el único representante máximo del Estado, entregaba en secreto a Marruecos las históricas aspiraciones del Sahara por decidir su futuro. Una bomba política y mediática de repercusión desbordante que solo augura muy mal rollo. El presidente aceptó con visión de futuro personal la expresa recomendación de la enviada especial de Biden en su reciente visita a Madrid; se lo ocultó a Unidas Podemos hasta que Rabat descubrió el enjuague; y a partir de ahí, un torrente de sapos y culebras. Sobre todo por boca de quienes sostienen a Sánchez, indignados ante el ninguneo sufrido y la dimensión de la maniobra. Quizá sirva como muestra ilustrativa de este profundo enojo la vehemente intervención de Aitor Esteban bajo la irritante actuación del presidente socialista de la comisión de Asuntos Exteriores durante la estrambótica comparecencia del ministro de Asuntos Exteriores -vaya papeleta la suya, señor Albares- y que se ha hecho viral. Hay demasiado malestar entre quienes sostienen a Sánchez. Entienden que se la vuelto a jugar. Que llueve sobre mojado. Pero que esta vez ha ido demasiado lejos en su osadía. Que está jugando con fuego, precisamente cuando más necesita sentirse arropado ante las acometidas que se seguirán sucediendo. Mal rollo.