odos somos Ucrania" y, en el PP, "todos somos Feijóo". La sangría humana de la execrable invasión rusa y sus devastadoras consecuencias siguen mitigando por su crudeza el efecto mediático de la asombrosa hemorragia interna de los populares. El calado de ambos efectos queda grabado en todas las retinas, aunque algunos traten de mirar hacia otro lado. Les ocurre a algunos partidos de izquierda pasando de puntillas cuando se trata de denunciar sin paños calientes la ofensiva militarista de Putin, o en la órbita de Génova a quienes abrazan una ansiada unidad sin tapar debidamente las heridas abiertas durante la funesta etapa de Casado-Egea, reguero que siempre abona una inquietante sensación de incertidumbre.
Sin haber metabolizado debidamente aún el sofocón de la reforma laboral que salvó el torpe dedo de Casero, viene el sátrapa ruso a atormentar ahora al Gobierno de coalición. Lo ha hecho por el eje medular de las contradicciones de uno y otro bando. En el caso de Pedro Sánchez, rectificando a modo de doble voltereta en menos de un abrir y cerrar de ojos. Cuando se dio cuenta de que situaba al país junto a Malta o Chipre y a unos meses de convertirse en anfitrión de la OTAN en Madrid, recapacitó y con una larga cambiada evitó la vergüenza ante los líderes europeos y, de paso, metía el zorro en el gallinero de sus socios. A cambio, se disponía a escuchar, aunque sin demasiada preocupación, los ripios consabidos sobre sus contradicciones y las de su Consejo de Ministros, aunque, en realidad, la auténtica salsa política se desparramaba por el seno de Unidas Podemos.
Paradójicamente, era Santiago Abascal, interpretando un discurso que no parecía escrito de su puño y letra, quien mejor rentabilizó el momento procesal con un retrato bastante realista. Crecido porque la situación emocional de Castilla y León y el circo del PP catapultan a Vox, se permitió el diagnóstico cruel, incluso después de sacar pecho criticando a Putin sin reparos. Así, denunció: Sánchez se acababa de enmendar a sí mismo; en el banco azul no habían aplaudido los ministros de la estirpe Iglesias; en los escaños, más que frialdad de UP por el apoyo militarista, que no esperaban; España seguía sin decidir qué armamento enviaría a contrarrestar la ocupación; y se perdía la oportunidad de reforzar la industria de defensa.
Con todo, tampoco en esta ocasión la sangre llegará al río en el Gobierno. Ni siquiera con el boquete de rebeldía que abre el vídeo denuncia de Ione Belarra o asociando el próximo 8-M con el rechazo a la guerra que pretende Irene Montero, en este caso sin la unidad plena del movimiento feminista. Yolanda Díaz les ha pinchado el globo de su insumisión. Ha bastado el compromiso responsable de su cargo para que se revuelvan las tripas en Unidas Podemos, sobre todo pensando en su futuro. Así, en vísperas de que empiece su tournée para calibrar las posibilidades de liderar un nuevo proyecto político sin ataduras, la vicepresidenta ha movido ficha simplemente con su silencio.
Para cuando Díaz tome la decisión, Núñez Feijóo ya habrá dejado varias pistas sobre su reinado en el PP. Llega como el auténtico Mesías a poner orden en un gallinero demasiado alborotado, confundido entre la desesperanza por el tiempo perdido y el alborozo de una ilusión recobrada, desangrándose, no obstante, por revanchas pendientes, y con las serias dudas sobre cómo resituar su discurso para ensanchar ese alicaído caladero de votos al que cada día amenaza la ultraderecha. En esa definición del espacio político, empezando por el desenlace en Castilla y León, encontrará Feijóo su auténtico quebradero de cabeza y no en la sombra de Díaz Ayuso, más allá de los salmos reverenciales que le tributan sin empacho sus aliados mediáticos. Por encima del pacto del dentista entre ambos líderes incuestionables hoy en su partido, la presidenta sabe que camina con un rejón clavado. La sombra de las comisiones de su hermano le va a perseguir posiblemente a la par de las filtraciones que MAR distribuirá sobre el espionaje que idearon Mortadelo y Filemón. Quizá así se comprenda más fácilmente su despiadada intervención durante el ajusticiamiento cainita a Casado que tan flaco favor le ha hecho entre los suyos. O tal vez solo responda a un brote más de su auténtico nivel personal como le ha ocurrido al hablar desde la profunda ignorancia sobre la Virgen de Atocha en su fatídico y bochornoso intento por mancillar el reconocimiento tributado a Almudena Grandes como emblema de la concurrida estación madrileña del AVE.