osé Luis Murga es un vecino del pueblo alavés de Kuartango que, desde niño, quería ser vaquero y soñaba con rodar, de mayor, una película del Lejano Oeste. Clint Eastwood nunca contestó a la carta que le escribió. Sin embargo, Murga no desistió de su sueño. En octubre de 2014, tras más de seis años de rodaje, estrenaba por fin el wéstern titulado Algo más que morir, codirigido por Oier Martínez de los Santos.

La particularidad de este wéstern no solo fue ser la única película del Oeste hecha en Euskadi. Su valía fue estar protagonizada, no por actores o actrices profesionales, sino por más de un centenar de vecinas y vecinos del valle de Kuartango, que decidieron apoyar el sueño de Murga, en auzolan (trabajo vecinal) voluntario y comunitario, arrimando el hombro por nada a cambio. Les tocó aprenderse el guion, repartirse los papeles de chica guapa, vaquero bueno, vaquero malo, sheriff, tabernero, parroquianos del salón, cura, enterrador...

Durante más de seis años, no solo ensayaron y rodaron, sino que también construyeron incluso un pueblo del Oeste, maquetas, decorados, atrezzos, cada sábado, sin cobrar, fuese verano o lloviese a cántaros.

El proceso colectivo de implicación de todo el pueblo fue tan emotivo, que la cineasta Maider Oleaga no dudó en aceptar el encargo del productor Mario Madoño de realizar un documental sobre el propio proceso de creación del filme.

En el documental, titulado Kuartk Valley, a los personajes de carne y hueso la directora los trata con una honestidad que emociona. La película destila ternura y, en estos tiempos de individualismo, nos da una lección de cine sobre la capacidad de un pueblo para desarrollar un trabajo comunitario, a partir de una idea tan atrevida y a la vez ilusionante como hacer una película entre todas y todos los vecinos.

De hecho, este documental se ha convertido ya en un referente del cine alavés. Prueba de ello es la calidez con que se recibe cada vez que se proyecta. Fue muy aplaudido hace unos meses en la Vital Fundazioa Kulturunea, y también en la pasada edición del Festival de Cine de San Sebastián.

Este tipo de cine, que se hace de manera colectiva por actrices y actores no profesionales, ha vuelto a ser de actualidad de la mano del filme Alcarrás, ganador de nada menos que el Oso de Oro a la mejor película de la Berlinale. En Alcarrás, la directora Carla Simón cuenta el día a día de un pueblo de agricultores de Lleida, que vive principalmente de la fruta. En él una familia que cultiva melocotones lucha por mantener su fuente de trabajo, frente a la amenaza de que las tierras se usen para montar un parque de placas solares.

Como en el wéstern Algo más que morir, sus protagonistas son las vecinas y vecinos del pueblo, en este caso familiares de la directora. Es una película que cuenta las historias de la gente desde la gente.

Este galardón obtenido en uno de los festivales de cine más importantes del mundo, encumbra un género cinematográfico que podríamos llamar veCine. Este término, que acuñé en su momento a propósito de un catálogo sobre cine y personas refugiadas, se refiere a ese cine que construye vecindad, porque nos acerca a nuestras vecinas de muchas maneras, por ejemplo en torno al propio proyecto de hacer una película en y desde la comunidad.

De hecho, tradicionalmente se ha considerado que las funciones básicas del cine son entretener, transmitir ideas y emociones o reflejar una época. Hablamos de las funciones expresiva, artística, comercial, educativa, propagandística y social del cine, entre otras.

Sin embargo, gracias a películas como Algo más que morir, Kuartk Valley o Alcarrás, podemos hablar de una función más: la comunitaria. Sería la función de ese cine que, al convertirse en veCine, también nos cose como comunidad. Nos cohesiona y nos hace sacar lo mejor de cada vecino y vecina, aunque solo sea para hacer realidad el sueño de un niño que quería ser vaquero y lo consiguió.

En el día después de la clausura de la Semana de Cine Vasco en Vitoria, hablamos de 'veCines' producidos a golpe de auzolan y esfuerzo comunitario