magínese que usted va por la calle. De repente, siente que se encuentra mal. Se marea. No le da tiempo a coger el móvil y llamar a alguien. Se desvanece y cae al suelo. Su cuerpo no le responde, pero usted está consciente. No puede abrir los ojos, pero se va dando cuenta del paso de las horas y de cómo nadie se acerca a ver qué le ocurre.
Algo así debió de sucederle el pasado 19 de enero al afamado fotógrafo René Robert en París. Al salir solo de un restaurante, a sus 84 años, se indispuso y se desmayó. Nueve horas después, tras una noche heladora, un indigente alertó a los servicios de emergencia. Para entonces, Robert ya estaba muerto. Había muerto de frío.
Esta historia probablemente usted ya la conocía, porque articulistas de distintos medios de comunicación llevamos dos semanas comentándola; una muerte por indiferencia. Porque a René Robert no le mató el sinhogarismo; al contrario, tenía un apartamento perfectamente amueblado en el que dormir. No le mató la pobreza, porque tenía dinero. Le mató la inacción de los transeúntes que le vieron y pasaron de largo.
Esta indiferencia y este pasar de largo no les resultarán ajenos a muchas de las 150 personas que en Vitoria viven en la calle, en fábricas abandonadas o en soportales en la actualidad (en el Estado español, según datos de la Fundación Rais, son más de 10.000 personas: 33.000 si se incluye a quienes viven en albergues o espacios habilitados para las personas en situación de exclusión residencial).
De hecho, entre las lectoras y lectores de este periódico habrá personas en situación de calle. Y seguramente serán críticas ante el revuelo mediático por la muerte de René Robert, como si fuera la primera persona que muere en la calle. Ni mucho menos. El dato de que en el Estado español muere una persona sin techo cada 6 días es de 2016, pero sigue impactando.
Lo que ocurre es que unas muertes son visibles y otras no. La visibilidad de la muerte del prestigioso René Robert, frente a muertes silenciosas de personas no pudientes, denota que nuestra sociedad padece una enfermedad social llamada aporofobia (fobia y rechazo al pobre), usando el término acuñado por Adela Cortina.
Incluso en cómo son nuestras calles estéticamente, se nota que no queremos que esas personas sin casa estén a la vista. Cada vez son más los parques en los que bancos largos han sido sustituidos por bancos individuales, en los cuales es imposible tumbarse para pernoctar. Descubrimos pinchos en escalinatas y cajeros automáticos en los que no se puede estar... Todo ello genera el falso espejismo de que ya no hay personas sin techo en nuestras calles.
Sin embargo, las hay. Para obligarnos a "verlas", asociaciones y plataformas ciudadanas diseñan campañas de sensibilización periódicamente. Hoy les traigo a esta sección una muy creativa, que consistió en "empapelar" diferentes ciudades en Inglaterra, Canadá y otros países, con carteles como el que aparece en la fotografía que ilustra este reportaje.
Ver personas tumbadas en la calle tendría que ser la excepción, y no la norma; y toparnos con una nos debería indignar; no cerremos los ojos. Además del fotógrafo Robert René, hace poco más de un mes moría en Bilbao Angélica, una chica sintecho de 40 años. En Vitoria, en mayo de 2020, murió Yolanda, de apenas 42 años. Suma y sigue.
Así que, puestos a pedir disculpas, no creo que sean las personas sintecho quienes deban hacerlo, por enturbiar no sé qué estética de nuestras calles o mostrarnos una realidad que nos interpela y nos cuestiona nuestro estado del bienestar. Las disculpas habría que pedirlas por esos gestos cotidianos hacia ellas, como acelerar el paso o desviar la mirada, o incluso balbucear un ridículo "no, gracias" cuando alguien nos pide ayuda y no sabemos qué hacer.
Intentar ponernos en la piel de la otra persona puede ser un primer paso. Les recomiendo para ello la película Hijos de Dios, del cineasta vasco Ekain Irigoien, que narra las vidas cotidianas de dos veteranos sintecho en Madrid. Este documental puede ayudarnos a entender que no hace falta ser un fotógrafo prestigioso para merecer un techo digno en el que morir... y vivir.
Decir que a René Robert le mató la indiferencia no es una metáfora. Es literal
Angélica y Yolanda no eran famosas. También murieron en la calle. Urgen medidas para que no vuelva a pasar