sta pandemia que nos toca vivir ha incrementado de forma exponencial el protagonismo de la ciencia, del conocimiento, del saber experto: resulta indispensable continuar construyendo sistemas científicos más sólidos sin olvidar que todo acierto viene precedido de infinidad de errores y, además, que es el propio método científico quien permite identificar, corroborar y superar esos errores. Hemos interiorizado la importancia de poner en valor el conocimiento científico como elemento fundamental de nuestra cultura de vida en sociedad.
La tarea de expansión y reconocimiento del saber científico ha de estar acompañada de una dotación de recursos que garantice su progreso y refleje el prestigio social que le corresponde. Y junto a ello cabría subrayar la relevancia del aprendizaje colectivo.
Frente a la energía de lo negativo, del morbo, de la crítica destructiva, siempre más poderosa que la tarea de construir y de civilizar colectivamente nuestro futuro, se alza en estos tiempos de pandemia una orientación que sienta las bases para lograr una transformación de la percepción social sobre la ciencia, verdadero motor de desarrollo presente y futuro.
No cabe confundir ciencia y tecnología: ésta es una aplicación y una consecuencia de la ciencia. La tecnología aporta todo enseguida, todo rápido, mientras que la ciencia avanza más lentamente, pero sus pasos son firmes e irreversibles hacia la conquista de un futuro mejor.
El voraz sistema capitalista parece no poder permitirse ni un modelo de ciudadano consumidor "lento" ni unas inversiones sociales y políticas orientadas al medio y largo plazo. La paciencia, las "luces largas" con las que mirar al futuro son, sin embargo, las claves de la apuesta a la búsqueda de una ciencia vanguardista, abierta al mundo, que incite y prime la cooperación entre científicos, que promueva la internacionalización del sistema y la divulgación de la cultura científica alejada de falsos "divismos": la ciencia al servicio de la democracia adquiere así pleno sentido.
Superar el escepticismo que todavía provoca en muchos ciudadanos escuchar hablar de aparentes intangibles como "desarrollo de I+D+I", o de "transferencia de conocimiento", o de "calidad" no es fácil, pero ha de ser tarea de todos. Mejorar el futuro de futuras generaciones y facilitar en lo posible la consolidación que quienes hoy desean investigar justifica el esfuerzo realizado para potenciar la visión social positiva en torno a la ciencia.
La tiránica cultura de lo efímero, del presente, la demonización de la política o la preocupación individual y social, lógica, ante la situación de crisis, son factores que no deben hacernos olvidar la importancia de la divulgación y comunicación de la ciencia, su "socialización", es decir, concienciarnos acerca de la importancia de la ciencia en nuestra vida cotidiana, en el desarrollo económico y en el bienestar social. Y la ley contribuye a crear una nueva cultura y concepción en torno a la dimensión social de la ciencia.
Hay que tratar de dejar atrás la endémica burocracia, agudizada por la abrumadora tecnocracia, perversa derivada a evitar para no generar un colapso del sistema que vive con frecuencia más centrado en el papel o en los formularios que en los verdaderos resultados; es preciso promover la promoción por méritos científicos y la movilidad, y sobre todo dotar al sistema investigador de un marco estable de financiación.
Modernización, europeización, superación de la endogamia, mayor autonomía de gestión de recursos junto al debido control de los mismos, superación de la improvisación y del pseudomovimiento (moverse y moverse para quedarse en el mismo lugar) y planificación coordinada. Son objetivos ambiciosos que permitirán alcanzar realidades claves para conquistar el futuro. El reto merece la pena.