o es la primera vez que el ministro de Consumo, Alberto Garzón, es objeto de linchamiento político y mediático por declaraciones sobre la ganadería intensiva y sus consecuencias sobre la calidad del producto y el riesgo medioambiental que supone ese modelo. Esta semana han subido los decibelios del reproche tras una entrevista del ministro en el rotativo The Guardian a la que se han aferrado sus adversarios políticos para volcar sobre él todas las iras del averno. En la citada entrevista el ministro, entre otros asuntos, afirmaba que el producto de la ganadería extensiva es de mejor calidad que el de la intensiva. Por aclarar, que la carne de los animales criados en terrenos libres y amplios es de mejor calidad que la del ganado estabulado de forma artificial y hacinada. Eso es lo que dijo, y eso es lo que ha provocado un aluvión de ataques, pero sobre lo que no dijo.
En un país plagado de políticos y periodistas con títulos de dudosa autenticidad y que ni hablan ni entienden el inglés, en un país en el que prospera el cainismo y vale todo, hasta la pura mentira, para derribar al adversario, era de esperar que el ministro Garzón fuera acusado de antipatriotismo ganadero y condenado a la hoguera. Garzón no dijo lo que dicen que dijo, que la carne española, ni siquiera la intensiva, fuera de mala calidad. Es muy preocupante constatar que los medios de comunicación de la derecha, que son casi todos, reaccionasen con tanta unanimidad y virulencia contra el aborrecido ministro comunista y tergiversando lo expresado en la entrevista -que ni leyeron ni entendieron- le zarandeasen como una chuleta vuelta y vuelta sobre la chapa o la parrilla del infundio. O sobre las brasas, directamente.
Lo que Alberto Garzón -ministro de Consumo, no se olvide- expresó en la entrevista fue impecable. De acuerdo con la directiva de la UE desde 1991, defendió la explotación ganadera extensiva, en libertad de movimientos y de espacio, protegiendo el medio ambiente y el respeto animal. No es nada diferente de lo que propone la Agenda 20/30 sobre el objetivo del desarrollo sostenible. Pero es tal la ferocidad con la que en España se trata al adversario político, que se amplifican las fake news por parte de la derecha exigiendo desagravio y dimisión. O, peor todavía, se activa el fuego amigo aún más demoledor e incoherente. Que la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, eche más fuego a la hoguera diciendo que Garzón había hablado "a título personal" es una solemne incongruencia tratándose del ministro de Consumo que habló sobre la calidad del consumo cárnico. No menor incoherencia ha sido la del presidente del Gobierno de Aragón, el socialista Javier Lambán, que arremetió contra Garzón -"no puede ser ministro de España ni un solo día más"- sin tener en cuenta que él mismo firmó un decreto ley en apoyo de la calidad y respeto al medio ambiente de la ganadería extensiva. No olvidemos que todos los ministros del Gobierno de Sánchez llevan en la solapa el pin de la Agenda 20/30. Pero el lobby de la ganadería industrial es poderoso.
Para qué nos vamos a engañar. Tanto amigos como enemigos arrojan a Alberto Garzón a la hoguera porque están cerca las elecciones en Castilla y León, una de las autonomías destacadas en la ganadería intensiva, y un puñado de votos merece aceptar la mentira y la maledicencia como argumento electoral. Es lo que hay, y así proceden en estos tiempos los partidos ansiosos de poder. Y por otra parte, además de la aversión ancestral de la derecha española, persiste en la socialdemocracia la incomodidad de soportar en el Gobierno a un ministro comunista.