stoy triste, una llamada me comunica algo que jamás imaginé, que Carmen, compañera de trabajo, confidente y amiga durante muchos años, ha fallecido. Desde que se puso pocha hablé alguna vez con ella y hace poco nos cruzamos algún wasap, y siempre me trasladaba lo que más le caracterizaba, ganas de luchar para vencer. No ha podido ser, siempre hay una última pelea que no ganas.
En mi tristeza he empezado a recordar a toda la gente que he querido y que fueron perdiendo su última lucha, y me he dado cuenta de que son muchos, o al menos a mí me lo parecen, y cada uno es una pedrada en mi alma, alma que siento demasiado abollada.
Lo mismo que muchos días charlo en el balcón con ama, mi asesora de reparar baches anímicos, me he puesto a imaginar el alma de toda esa gente que quiero, que pienso que algo me quieren y que ya se han ido, reunidos en la sala de casa tomando un vino de Rioja Alavesa. Les contaría cómo están las cosas y que al leer noticias no solo se me encoge el alma con los pesimistas anuncios de apocalipsis climático o los avisos de una posible vuelta de la pandemia, sino que, sobre todo, estoy agotado de que esas turbadoras noticias y cualquier otra sea utilizada por la política de hoy para intentar enfrentar a la sociedad, y que ya no puedo más con ese modelo de empujar a cavar trincheras para convertir a los que discrepan en enemigos y olvidarnos de que solo piensan diferente, y ser diferente es lo más humano que existe.
Una vez contado lo que hay, en el animado debate que se generaría, seguro que la siempre protectora ama elevaría la voz para pedirme que lo deje, que me olvide de eso para ser feliz. Enseguida saldría el fondo del alma de la Carmen que sé sugiriéndome que siga, que no me amilane, que yo soy feliz luchando por intentar mejorar algo, aunque casi nunca lo consiga. Y entonces me rompo. Ez adiorik Carmen, laster arte.