maina el temporal. Agosto relajante para Pedro Sánchez en La Mareta. El empleo vuelve por sus fueros como en la antigua normalidad. Incluso con el turismo playero a medio gas, ya hay más cotizantes en paralelo a esa sangrante temporalidad que ha venido para quedarse. Incluso el incipiente diálogo con Catalunya entra con calzador por la senda autonómica y, sin embargo, sigue saliendo el sol cada mañana. Por si fuera poco, hasta pinta bien la primera toma de temperatura con ERC para los próximos Presupuestos. Y por si fuera poco, ahí deja el presidente a sus socios de coalición el regalo envenenado de la ampliación del aeropuerto del Prat para que se desgañiten al más puro estilo Colau mientras el empresariado catalán, que tanta carne ha puesto en el asador para destensar el ambiente del procés, asiste complacido a este guiño a la rehabilitación del tractor económico catalán.
Todo un panorama mucho más despejado de lo que supuso aquel calvario del 4-M, que parecía no tener fin para el socialismo en su naufragio. Quedan, por supuesto, las pesadillas de Ayuso, cada vez más frecuentes, y los dardos regionalistas del incombustible Feijóo y del emergente Moreno. Incluso, hasta la amenaza en el horizonte de un adelanto electoral en Andalucía que, desde luego, sería letal para la desfondada izquierda. Ni siquiera afecta el culebrón Plus Ultra. Menudencias hoy en día. En estas semanas de asueto nada más propio para distraer la atención política que el interminable reguero de tinta por la estrepitosa marcha de Messi del Barça o el obligado balance del medallero en la Olimpiada.
Ahora soplan vientos de cola para el Gobierno español. La significativa caída del desempleo ha podido mucho más a los ojos de la ciudadanía que la estruendosa remodelación ministerial, reducida estrepitosamente en dos semanas a una simple clave interna del sanchismo de futuro. Los primeros miles de millones de los fondos europeos 2021 ya están en los cálculos inversores de las autonomías. Solo el PP se niega a asumir los incipientes brotes verdes de esta recuperación económica. Es verdad que si lo hiciera se le pincharía el globo del apocalipsis, al que van a inflar con toda su fuerza a la vuelta del verano. Las encuestas y los tertulianos aduladores le cargan las pilas a Pablo Casado sin cesar. Por eso no les importa que su acoso en el otoño contra Sánchez el mentiroso les coincida con una vacunación galopante y un torrente de ofertas de empleo. Inasequibles al desaliento ante la adversidad de esa realidad testaruda, siempre tendrán a mano el recurrente soniquete de esa ignominiosa entrega de la unidad de España por un plato de lentejas. Un amenazante latiguillo que no acaba de materializarse -sin duda por imposible- desde aquellos tiempos que lo aventuraba Rajoy junto a Miguel Sanz por las calles de Iruñea. Para entonces habrán tenido que decidir si miran para otro lado cuando la Asamblea de Ceuta insista en considerar definitivamente persona no grata a Santiago Abascal por razones fáciles de comprender. La dependencia de este tipo de socios, cada día más presente y futura, obliga a los populares a un difícil equilibrio interno entre la decencia y taparse la nariz. Cuando llegue el día de alcanzar ambos el poder, pelillos a la mar.
En el caso de la izquierda, el emérito les trae de cabeza. Unidas Podemos ha aprovechado una veta del primer año de la expatriación voluntaria de Juan Carlos I para congraciarse con los suyos y con muchos otros. La acidez mitinera de la ministra Belarra ha vuelto a comprometer la estabilidad en la coalición, pero sin éxito tras el esfuerzo. Le ha valido a Sánchez una loa a la transparencia que, al parecer, ve en la gestión de Felipe VI para quitarse de en medio tan comprometedor debate. En otras palabras, que el PSOE jamás apoyará las pretensiones de sus socios para abrir en canal las cuentas corrientes del anterior jefe del Estado español. Aunque les revuelva las tripas en sus propias filas, quieren reducir esta denuncia a un simple fuego de artificio para que se consuma en unos pocos minutos de gloria de los telediarios. Mucha más atención concita la hoja de ruta que Yolanda Díaz tiene perfectamente diseñada para aglutinar sin fisuras el voto de una izquierda de amplio espectro, capaz de restañar las heridas del protagonismo egocéntrico de Pablo Iglesias y que enarbole la bandera de un discurso de sello social, verde y progresista. La vicepresidenta juega con el viento de cola de su creciente prestigio.