l fin de semana pasado se sucedieron incidentes de gran violencia. No se trata solo del caso de Amorebieta que mantiene a un joven entre la vida y la muerte, hubo otros sucesos que sin resultados tan dramáticos para la integridad de nadie fueron sin embargo graves para la salud de nuestra sociedad.
Varias actuaciones de la Ertzaintza desplegadas con el fin de imponer el cumplimiento de las medidas antipandemia (disolver botellones) fueron respondidas por quienes debían ser dispersados de forma violenta, con insultos y lanzamiento de piedras o botellas. Algunos opinadores y políticos juegan, entre el paternalismo y la justificación, a la banalización de la violencia y a la transferencia de una culpa que nunca sería de quien se comporta mal sino de otro, preferiblemente de quien ejerce democráticamente la autoridad. Frente a esta postura, que al quitarles la responsabilidad niega la capacidad de actuar en libertad de los jóvenes, el consejero portavoz Zupiria habló de un grupo, minoritario pero real, de jóvenes que se criminalizan a sí mismos cuando "atentan contra los bienes públicos y contra la autoridad", lo cual "no es admisible en una sociedad democrática".
Alguien debería explicar a esos jóvenes, que seguramente creen estar genéricamente a favor de la democracia, la libertad, la solidaridad y los derechos humanos, que sus actuaciones vandálicas no sólo no son para nada un ejercicio legítimo de esos principios, sino que los atacan grave, concreta y directamente.
Me gustaría decir que me sorprendieron esas imágenes de la Ertzaintza defendiéndose, retirándose para evitar males mayores sin poder cumplir enteramente con su función y perdiendo por el camino respeto y autoridad. Pero Marco Aurelio me corregiría. El emperador filósofo dejó escrito en sus Meditaciones que "si ridículo es encontrar extraño que una higuera dé higos, no lo es menos asombrarse de los acontecimientos que continuamente se repiten. Es lo mismo que si un médico y un piloto se extrañasen, el uno de que su enfermo tuviese fiebre, y el otro de que su navío pudiese navegar con el viento contrario".
Así que en este artículo no denunciaré con fingido escándalo que la higuera da higos. La pregunta correcta que deberíamos hacernos es qué tipo de árbol es esta sociedad que da semejantes frutos.
Debemos castigar estas actuaciones incívicas y violentas con la máxima severidad y debemos poner todas las medidas a nuestro alcance para evitar que hechos semejantes se repitan. Estas medidas incluyen que nuestra policía y nuestra administración dispongan de los recursos -democráticos, garantistas y propios de un estado de derecho pleno- para hacer frente con solvencia -y, cuando sea necesario, con contundencia y rigor- a un grupo de malbebidos, malcriados y malencarados que confunden la libertad con su violento e insolidario capricho. Quizá algunos de ellos hayan aprendido que, en un entorno que protege lo mismo lo bueno que lo malo, en que nada parece tener consecuencias y en que el buen comportamiento no parece valorarse ni premiarse, de poco sirve el rigor o el esfuerzo porque no se perciben sus efectos diferenciados.
Nada de futuro que merezca la pena construiremos sin considerar principios cívicos como la responsabilidad, el respeto mutuo o la buena educación. Y no es ésta sólo tarea de la escuela, a la que cómodamente todo delegamos, sino de cada núcleo familiar o convivencial y de la sociedad en su conjunto. Decía el famoso refrán africano aquello de que educar a un niño es tarea de toda la tribu. Y decía el ya citado Marco Aurelio que "los hombres han sido hechos los unos para los otros, de modo que o los instruyes o los soportas". Pues eso.