o solo ha sido llamativo e impactante porque ha ocurrido en unos Juegos Olímpicos, ni porque quien ha protagonizado la noticia es ahora mismo la mejor gimnasta del mundo. Lo que ha ocurrido con Simone Biles es especialmente remarcable, también, por el momento en el que la gimnasta ha explotado. Una época en el que la salud mental se está convirtiendo en uno de los grandes retos y amenazas de nuestra sociedad a nivel mundial. En Europa, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), durante la pandemia ha habido un claro aumento en los niveles de ansiedad y estrés de la población. Varias encuestas muestran que alrededor de un tercio de las personas adultas reporta niveles de angustia y entre la población más joven, la cifra llega a una de cada dos personas. El aislamiento, la falta de contacto social, la dificultad en la conciliación, los cambios de hábitos, los problemas laborales, y otras muchas causas, están pasando factura a la salud mental de la población. En el Estado, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), un 6,4% de la población ha acudido a un profesional de la salud mental por ansiedad o depresión, y más del doble de las personas que han acudido a estos servicios son mujeres, en cuyo caso se añaden problemas derivados de la desigualdad, la discriminación en el ámbito profesional, la carga en el cuidado o la violencia de género. Y, sin embargo, seguimos sin tomarnos en serio todo lo relacionado con la salud mental. No hay más que escuchar o leer algunos comentarios que aluden a la debilidad de la gimnasta y le reprochan no saber aguantar la presión como debiera. Si hubiera sufrido una lesión de la cadera o de una pierna no dirían nada, su retirada estaría justificada. Sin embargo, cuando la enfermedad es mental seguimos sin aceptarlo como lo que es, una enfermedad que, al ritmo que vamos, va a convertirse en una de las más graves e importantes en nuestro mundo.
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