n su mediocridad de funcionario ambicioso, de trepa agazapado, a este hombre le cabe el dudoso honor de haber instaurado el encanallamiento del discurso político. Obsesionado con derribar al Gobierno que desalojó del poder a su partido, Pablo Casado se ha conjurado contra Pedro Sánchez negándole la legalidad, acosándole, faltándole al respeto, insultándole e inundando de fango el debate político. ¿Alguien recuerda en sus discursos alguna propuesta, algún proyecto, algún argumento válido? ¿Alguien ha podido entresacar de su verborrea alguna iniciativa positiva? ¿Alguien ha podido reconocer en su elocuencia fullera alguna aportación para resolver los graves problemas que se deben afrontar en este tiempo? Me temo que no.
Pablo Casado, con el soplo de Vox en el cogote y rivalizando con Abascal en provocación, ha decidido centrar su discurso político en la destrucción de Pedro Sánchez mediante la descalificación permanente, haga lo que haga, diga lo que diga, pase lo que pase.
Pablo Casado ha adoptado la fórmula de Trump, la de la sal gorda y el exabrupto contra el adversario, la pérdida total del respeto hacia el rival político. Sin la figura histriónica del destronado presidente americano, cambiemos el golf por el pádel, el tupé bermejo por el corte a navaja y la corbata roja por el terno cruzado, permanece el mismo modelo de manual básico: el insulto como argumento, la mentira como incriminación y el soporte de los medios amigos y las redes sociales como amplificador.
Pablo Casado ha enfangado el espacio político recurriendo a la afrenta, la mentira y la violencia verbal. Con semejante comportamiento es imposible que tenga sentido intentar el diálogo, ingrediente consustancial en una democracia civilizada. Ningún gobernante en democracia puede verse obligado a defenderse de la ofensa constante, ofensa que habitualmente carece de toda justificación.
La actitud tóxica de Pablo Casado ha degradado de manera alarmante el clima político a base de monopolizar un discurso de difamación, prueba evidente de que le faltan argumentos para defender su posición.
Pero la pérdida del mínimo respeto a los rivales políticos no se queda ahí, en las actas del Congreso y en las ruedas de prensa. El enfangamiento del clima político se expande a la ciudadanía a través de los medios de comunicación y, de manera incontenible, de las redes sociales. Prevaliéndose de la injuria permanente instalada en el discurso de su líder, proliferan periodistas y tertulianos afines que reiteran sin ningún recato los improperios proferidos por el jefe de la oposición. Desde el más miserable anonimato, sus partidarios y hooligans inundan las redes con memes y fake news que arrastran a parte de la ciudadanía hacia esa incontenible ola de mierda.
Como consecuencias nefastas de este ambiente político emponzoñado se puede comprobar que el discurso tóxico de Casado crea adicción y es frecuente escuchar al personal en sus conversaciones privadas o en corrillos de bar los mismos improperios contra gobernantes y políticos contrarios, las mismas expresiones de tensión y enfrentamiento. Y, no menos grave, el persistente discurso ofensivo de Casado está llevando a la náusea a buena parte del auditorio y, lo que es aún peor, está propagando el más absoluto desinterés de la ciudadanía por la cosa pública.