ue Erdogan sea un dictador es muy discutible, pero es evidente que sus maneras sí son dictatoriales. Y su última alcaldada -el hipotético canal entre el Mar Negro y el de Marmara- ha logrado movilizar contra el presidente turco al alcalde de Estambul, embajadores y almirantes eméritos y los ecologistas de medio mundo.
La idea de ampliar con un canal el tráfico naval entre el Mar Negro y el Mediterráneo viene del siglo pasado y ha tenido muchos partidarios entre los políticos turcos. Y es que es evidente que la vía naval más transitada del mundo, con más de 70.000 navíos navegando anualmente entre las dos mitades de Estambul -una ciudad de 16 millones de habitantes- necesita un alivio; piénsese que por los canales de Suez y Panamá pasan al año alrededor de 18.000 buques.
El proyecto actual prevé un trazado en el extremo occidental de la urbe, de 45 km der largo (prácticamente, entre los dos aeropuertos de Estambul) y 250 metros de ancho sobre un área total de 38.500 hectáreas. La tierra excavada se destinaría en principio a crear islas artificiales cerca de las costas turcas.
En el 2011 Erdogan se sumó a esta lista de políticos, pero planteando la construcción más como meta lejana que como proyecto inmediato. Y súbitamente este año promovió el proyecto a empresa prioritaria, abriendo ya el concurso para la adjudicación de las obras que -según él- habrían de comenzar ya el próximo verano.
Ese calentón constructor provocó un alud de protestas y dos preguntas sin respuesta por ahora : ¿ Por qué esas prisas ? ¿Quién aportaría los más de 10,000 millones de dólartes que costaría el proyecto ?
A la segundas pregunta no ha respuestas; las autoridades creen que las tasas de tráfico cubrirán pronto y con creces los gastos de construcción. Y a la primera pregunta, en vez de respuestas hay sospechas. Las pero intencionadas aseguran que el yerno de Erdogan y ex ministro de Finanzas, Berat Albayrak tiene ya opciones de compra -con financiación árabe- sobre todos los terrenos por donde se extendería el canal.
A falta de información oficial y fiable sobre la financiación y las prisas de construcción, en cambio las críticas al proyecto sí son concretas; más que concretas. El alcalde -Ekrem Imamoglu, del partido opositor CHP- y los ecologistas señalan que la excavación en los terrenos señalados pone en peligro el abastecimiento de agua potable de Estambul, a más de dejar sin hábitat natural gran parte de la fauna aviar de la región. También denuncian los ecologistas que con el canal pasaría gran cantidad de agua del Mar Negro -muy contaminada- a las relativamente más limpias del Mar de Marmara.
Y los almirantes y diplomáticos eméritos turcos que han denunciado el plan de Erdogan señalan que para llevarlo a cabo, Ankara tendría que denunciar unilateralmente el tratado de Montreux de 1936 que regula la navegación internacional por el Bósforo y que -según ellos- Turquía no puede hacer. Con el agravante de que el nuevo canal estaría totalmente bajo soberanía turca, con lo cual el tránsito de navíos de guerra entre el Mar Negro y el Mediterráneo por el canal quedaría a merced de Ankara, con las correspondientes tensiones que se derivarían de prohibiciones y autorizaciones arbitrarias de los Gobiernos turcos del momento.