edroSánchez se siente invencible. Y es probable que lo sea. Sostiene ufano la firme creencia de que durante mucho tiempo le seguirá arropando un regimiento incapaz de pasarse a la otra orilla, a la de Colón, y dejarle desnudo en su minoría, aunque más de una vez se lo merezca. Por eso se pone el mundo por montera cuando quiere. En sus cálculos menos optimistas estima que los más afines le afeen su evidente presuntuosidad con esos anuncios pomposos macroeconómicos de incierto cumplimiento, o hasta su temeraria irresponsabilidad en plena pandemia al abandonar a su suerte jurídica a las autonomías del Estado compuesto, como las denominó inusualmente este miércoles en el Congreso. No irán más lejos en su regañina. Tampoco se inmuta por los escaños de enfrente. Da por descontado, y con razón, que allí nunca dejarán de atronar las trompetas porque siguen cegados por la vendetta y el resquemor. Así las cosas, se vale por sí solo, incluso cuando parece que necesitaría más respaldo.
Solo a un descarado ejercicio de soberbia política y de estrategia electoral -teniendo en el frontispicio las preelecciones generales del 4-M- podría atribuirse la testaruda decisión de Sánchez de finiquitar el estado de alarma en plena cuarta ola de contagios y de vacunas extraviadas o defectuosas. En caso contrario, sería simplemente pura insensatez. Pero todo puede cambiar una vez conocido el resultado de la Puerta del Sol. Quedaría tiempo suficiente para urdir una cuidada estratagema que permita al presidente, una vez más, desdecirse sin pestañear. Madrid, ahora mismo, vale su peso en oro. Y Sánchez ha entrado al trapo sin recato.
La batalla madrileña se antoja cruenta porque augura víctimas de calado en su desenlace. Hay también mucha bronca, inquina a raudales, pero esto va de suyo después de tantos meses; el actual nivel político no da más de sí. Un día la ministra de Hacienda quiere empitonar a Madrid con los impuestos de Patrimonio y Sucesiones y el cabeza de lista de su partido se echa las manos a la cabeza y lo niega rápido porque puede sufrir un descosido. Otro día Díaz Ayuso ve la rendija mediática de las vacunas Sputnik en medio del desaguisado de AstraZeneca, se mofa de las normas de la UE, desafía a la Interterritorial de Salud, y en unas horas consigue que todos los demás partidos bailen a su son y conviertan la ocurrencia en el tema de la jornada. Esta candidata ocupa tantos minutos de pantalla que hasta Sánchez no puede contener su celo y por eso se lanza al cuerpo a cuerpo contra ella a miles de kilómetros de distancia. Como si quisiera investirla de futura jefa de oposición en el Congreso. Un descarado mano a mano que aparta del escenario a los dos Pablos. A la derecha, para desesperación de Casado porque le meten la alternativa en casa para cuando le toque el momento de ir a la hoguera por su incapacidad para descabalgar al PSOE. A la izquierda, para relegar a Iglesias a un papel secundario.
Por el camino sigue quedando la absurda pelea sobre cuántas decenas de miles de contagiados y de muertos lleva este virus letal, sobre los ritmos improvisados de vacunas, el desasosiego ciudadano, un verano turístico que palidece y una economía familiar que tirita. Esto es la política, estúpido. Bastaría de hecho con sentir bochorno intelectual por la trascendencia concedida al culebrón de la candidatura imposible del petulante Toni Cantó, posiblemente uno de los aterrizajes arribistas más inconsistentes ideológicamente que se recuerdan desde la irrupción de los nuevos partidos.
Pero gracias a la fiebre electoral de Madrid, el sainete catalán disimula su esperpéntico ridículo. Sin la existencia de esta campaña tan desaforada en la Corte, el ocurrente carné identitario de Carles Puigdemont habría liderado con holgura el hit parade de los zascas. Se asiste con cierto tedio a una desesperante incapacidad para entenderse que dilapida aquel seny asociado a un modelo de política catalana. Dos meses después del 14-F, la realidad institucional de Catalunya irrita el sentido común. En esta coyuntura, el independentismo no puede atribuir al Estado opresor la culpa de su ineptitud para conformar su gobierno. La sumisión de Pere Aragonès a las exigencias del unilateralismo de Junts augura pésimas vibraciones para un futuro inmediato y, sin duda, endosa otra palada de decepción social y económica a un territorio que empieza a desempolvar una inquietante caza de brujas. Le será difícil valerse por sí solo.