n política, el número de prisioneros de sus palabras se desborda. Hay tanto discurso estéril y de regate corto que se lo lleva el viento. Como si fuera un mal endémico. Pablo Casado cubrió el primer año de la pandemia clamando libertad y democracia contra los estados de alarma de Pedro Sánchez y ahora es el paladín de su irrenunciable continuidad. Pablo Iglesias ha venido arengando sin desmayo contras las prebendas de los ministros de la casta al dejar sus carteras y, sin parpadear, apenas ha dejado pasar cuatro días para reclamar lo que es suyo como exvicepresidente. Pero es mucho peor lo del abogado soberanista Jaume Alonso-Cuevillas. Toda una vida entregada a la causa puigdemonista y en el primer resbalón que tiene al reconocer con abierta sinceridad que la vía unilateral del procés es como darse de bruces contra la pared, la troika de Junts le lapida políticamente sin miramientos. En cambio, los tránsfugas de Ciudadanos en el Gobierno murciano siguen manchando sin cuajo la esencia de la democracia. Por la mañana se cambian de bando, por la tarde se arrepienten y de noche dejan de ser consejeros para amargar a sus antiguos compañeros.
En el 4-M, tienen suerte los lenguaraces porque vale todo. Nadie les toma la lección al día siguiente. Por eso se asiste a una voraz campaña de atropellos dialécticos. No importa ni la consistencia ni la veracidad del discurso. Que la cometa de la frase ingeniosa coja vuelo y prenda rápidamente la mecha del buen titular. Es así como se suceden las insidias, las agresiones, las promesas imposibles y la verborrea de cantina. Hay tanto en juego en estas elecciones anticipadas que apenas dejan un hueco en las noticias para la trascendental Ley del Cambio Climático, que enseñoreará complacida la coalición gobernante. Una meritoria conquista legislativa que sigue sin explicarse didácticamente a la ciudadanía para que así conozca el auténtico alcance de su ambiciosa pretensión y no quede reducida a la infeliz boutade del diputado de Vox sobre el frío y el calor o al debate entre coche eléctrico y diésel.
Hay tanta manifiesta irresponsabilidad en esta clase política que Sánchez y Díaz Ayuso se han enganchado con mucho gusto a propósito de cuántos contagios hay en Madrid y ninguno de los dos aporta un solo dato fehaciente para deshacer el entuerto. Tampoco les preocupa demasiado. Ambos saben que sus hinchadas les aplauden y, sobre todo, sus estrategas de campaña asisten encantados a esta guerra declarada entre izquierda y derecha donde no hay espacio para los tibios ni para razonar las propuestas. En esta coyuntura de visceralidad, Ciudadanos tiene los días contados. Por eso Vox ha reaccionado por donde acostumbra. Nada mejor que responder como víctima a la provocación y sacar provecho del incendio. Mucho más si le retan en la emblemática Plaza Roja de Vallecas, popular barrio de clases medias y pobres donde Abascal arranca votos con la facilidad que tanto desearían Más Madrid y Unidas Podemos.
Mientras estas escenas alimentan las redes, la población sigue sumida en el desasosiego de las vacunas y en el sudoku imposible de acertar las restricciones de cada autonomía, temiendo también por ese verano sin recuperar el empleo y, otra vez, con el descanso cercenado. Para entonces, en la Puerta del Sol volverá a imponerse un gobierno de concentración derechista según las encuestas que mejor conocen el latido conservador. Para mañana se prevé un amplio sondeo bastante desalentador para los intereses de Ángel Gabilondo, muy lejos de ahormar una mayoría alternativa.
No es descartable que en esas fechas sigan debatiendo todavía en Catalunya entre galgos y podencos.
En medio del sarcasmo y la perplejidad continúa aflorando la supina incapacidad de ERC y JxCat para superar sus enconadas rencillas y descarados egocentrismos en el debate sobre una hoja de ruta que no caiga en el espejismo y la desilusión. Ya se dijo con los datos de las urnas en la mano del 14-F que se asistiría a una negociación intrincada, plagada de aristas, aunque quizá con menos dosis de testosterona. La numantina resistencia de Puigdemont a ser despojado de su condición de macho alfa del independentismo y de presidente vitalicio de la idealista Catalunya republicana paraliza cualquier aproximación con un desconcertado Pere Aragonès. Una diabólica situación a la que inflama el órdago desafiante de Laura Borràs de dejar a los suyos sin sueldo público. O simplemente se lo lleve el viento.