ubo un gabacho del siglo XVIII que se llamaba Antoine Lavoisier y que soltó una genialidad que a Horacio le ha removido desde siempre. Se trata de aquella máxima de que la energía, ni se crea ni se destruye, por lo que únicamente se transforma. Unos siglos antes, otro menda, un griego que respondía al nombre de Filón de Bizancio, definió en su obra Pneumática los fundamentos de la Ley de los vasos comunicantes (teoría que Horacio ha practicado en innumerables tascas de la ciudad). Por algún extraño cruce de cables, ambas historias colisionan en la cabeza horaciana ahora que el dinero circula por el Mundo de una forma tan errática. Por un lado está el contrato del inefable Lionel Messi, un señor que se levanta por la mañana todos los días con 200.000 € enredados entre legaña y legaña. Y por otro está la historia de los youtubers, unos muchachos que venden desparpajo, vida íntima y muebles de salón, y que han encontrado en las montañas andorranas un remanso de paz espiritual, flexibilidad fiscal y la compañía de banqueros, deportistas, empresarios y demás buenas hierbas.
Horacio visualiza el dinero que circula por el planeta como una suerte de magma que se expande o comprime en función del receptáculo que lo almacene o lo mueva. Es, igual que la energia de Lavoisier, un producto que se transforma, pero no desaparece. Por tanto, en la simpleza de Horacio, los vasos comunicantes hacen que cuando uno gana el otro pierde: cuando la población está empobrecida, alguien se está forrando: y cuando Gates, Bezos, Zuckerberg o Amancio Ortega ganan un euro más, se lo están robando a un vendedor de Bagdad, un limpiabotas de Caracas o una dependienta de Abetxuko.
Y tan simple como que en el País Vasco el salario medio ronda los 2.000 € cuando una cuarta parte de su población no es siquiera mileurista. Que cada cual aguante su decantador...