o que nos faltaba. Por si fueran pocas las congojas que nos trae la pandemia, por si no bastase con el sobresalto que nos prodigan políticos camorristas, viene ahora una partida de militares jubilados metiéndonos miedo con su ruido de sables enmohecidos. Aquí esta manada de pensionistas con el caqui, las medallas, los espadones y la prepotencia incrustada en el alma, se atreven a acojonar a las gentes de bien con sus cartas, sus manifiestos y sus chateos de élite bélica. Pero, vamos a ver, ¿quiénes son ellos para decidir que peligra la unidad de España y la democracia, esa democracia en la que nunca creyeron? ¿Quiénes son ellos para arremeter contra la Ley de Memoria Democrática y la Ley de Educación? ¿Quiénes son ellos, panda de fanfarrones, para sugerir el fusilamiento de 26 millones de paisanos? ¿Qué tiene que reivindicar esta cuadrilla de jubilados del caqui casposo travestidos de paladines de la Constitución y la democracia, herederos de aquellos militronchos golpistas que renegaron de la una y de la otra? Es lo que tiene, eso de que el Ejército franquista jamás hubiera sido depurado. Y de tal palo, tal astilla.

Casualidad, los pronunciamientos de estos milicos jubilados coinciden con el discurso belicoso de Santiago Abascal y las excrecencias ultraderechistas de Vox, sin que se vea claro quién es antes. Pero no queda ahí la cosa, porque los términos en que se expresan esos pensionistas pendencieros se corresponden también con los adjetivos que machacan con insistencia los portavoces de la derecha extrema, del resto de los protagonistas de la Plaza de Colón. Lo que los matasietes jubilados vienen a decir es que están dispuestos a entregar su vida (¡toma heroísmo, toma patriotismo!) para la demolición del Gobierno bipartito, ese Gobierno ilegal, socialcomunista, independentista y terrorista, expresiones que la tropa de abajo firmantes han aprendido de los Casado, Arrimadas, Ortega Smith y demás representantes de la oposición resentida que, si pudieran, a la mínima montaban otro 18 de julio.

Una vez abierta la veda de deslegitimación permanente del Gobierno PSOE-Unidas Podemos, ese espacio de barra libre para el descrédito hace proselitismo en todos los sectores descontentos y ejerce sobre él una presión insoportable ampliada por todos los medios afines a la derecha, que son muchos y poderosos, un descrédito expandido entre insultos y falacias por las redes.

La abrumadora reiteración del desprestigio, la afirmación falaz de que gobiernan etarras y secesionistas, puede acabar por ir calando en amplios sectores del integrismo y la ignorancia. Por eso, y no por su trascendencia real, han tenido tanto eco las bravuconadas de estos sables oxidados que, quizá aburridos y añorantes de mando, se han empeñado en salvar a la patria en lugar de dedicar su tiempo libre a jugar a la petanca. O a leer, que buena falta les hace.

Los militares golpistas, jubilados pero pata negra, ya han soltado su soflama bélica. Hasta este momento, nadie les ha hecho callar. Al menos no lo ha hecho quien debiera hacerlo, el jefe máximo de todos los ejércitos. Lagarto, lagarto, que tampoco lo hizo su padre y la Operación Galaxia acabó en 23-F, pero a la larga y con el cuento le valió el título de salvador de la democracia. Su silencio fue para él un buen negocio.